«Menos dudas y más balas», proclama la soldado Jerjes al comienzo de esta versión posmoderna de «Los persas», la tragedia escrita por Esquilo hace ahora 2.500 años y que Calixto Bieito, uno de los grandes maestros del teatro europeo actual, ha trasladado con toda la osadía del mundo al Afganistán ocupado de 2008. Los guerreros persas son sustituidos por legionarios españoles en «misión de paz» y el rey Darío se convierte en un ferroviario del Atlético de Madrid que aplaca con coñac y pastillas el temor a que su hija Jerjes regrese a casa dentro de una bolsa negra de plástico.

Reflexión más sobre el guerrero que sobre la guerra, Bieito nos sumerge en las entrañas de la pesadilla afgana, en una atmósfera malsana de violencia, tensión e histeria donde hasta los niños pueden ser el próximo enemigo a batir: «Si se portan bien, les damos caramelos; si se portan mal, balas». La guerra al desnudo, da igual que sea «legal o ilegal», «justa o injusta», es eso, gente que mata y gente que muere. Los soldados de «Los persas» tardan poco en descubrir que la guerra de verdad se parece poco a esa otra a la que han jugado en los videojuegos o han visto en «Apocalypse Now». La realidad es muy distinta de lo que les contaron en aquel autobús de las Fuerzas Armadas. Un luminoso inserto en la escenografía con el texto «Alístate. Tu futuro está en las Fuerzas Armadas» nos recuerda permanentemente esa contradicción entre propaganda y verdad.

La apabullante imaginación visual y creatividad de Bieito encuentra a los cómplices perfectos en un impecable elenco de actores que igual nos hacen reír que nos emocionan y conmueven, o hacen música transformando este clásico del siglo V antes de Cristo en una auténtica ópera rock donde se entrecruzan Janis Joplin, «Soy el novio de la muerte» y una impagable versión electrificada del himno de España (todavía sin letra, como se lamenta uno de los bravos soldados).

En lugar de instalarse en ese teatro necrófilo que tan escaso favor hace al arte dramático Bieito ha optado desde hace tiempo por hacer hablar a los clásicos nuestra lengua. Sólo así aquello escrito hace dos milenios y medio logra cobrar vida y decirnos algo a nosotros, espectadores del siglo XXI. ¡Y vaya si nos dice! Al salir del teatro mi sensación era de desasosiego. Unas palabras me vinieron a la mente: «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».