Celia Redruello Arce tenía ganas de que llegara el día de ayer. Hacía una semana que preparaba "la boda", un enlace "atípico" para los que no son vaqueiros y que todos los años, desde hace 57, se celebra por todo lo alto (y también en las alturas) en la braña de Aristébano. "Estoy contenta de que por fin llegue el día; de casarme; estoy encantada de estar aquí", dijo antes de contraer matrimonio, ataviada con el traje negro típico vaqueiro y cerca de su hoy ya esposo y novio de toda la vida, Antonio Lanzós Goas. Ambos mostraron durante la popular jornada "cero nervios". Ella tiene su origen en Los Corros (Valdés) y él es de Cangas de Onís. Decidieron casarse en Aristébano el pasado junio y por mediación de la tía de la novia: "Mereció la pena", aseguraron.

A las doce en punto del mediodía partieron los novios en busca de los caballos que les llevarían al casorio. Lo hicieron con gesto serio, pero siempre cercanos y saludando a todos los que se congregaron en el camino. Este año hubo menos gente que en las ediciones anteriores, pero no menos emoción. Al paso de los novios se escucharon los vivas, también los comentarios sobre las ropas y la presencia de los vaqueiros mayores y de honor, y autoridades políticas, todos con el traje vaqueiro. "Es algo tan bonito de ver y se celebra en un lugar tan guapo...", comentaba Elena González a su marido, Iván Álvarez. La pareja se casó hace 25 años por el mismo rito y ayer revivió el momento de su boda gracias a Celia y Antonio. "Es una boda especial por el cariño que te muestra la gente", añadía Elena González.

La organización no dejó ningún detalle, pese a que este año fue el primero en el que la vaqueira "universal" Carmen Martínez, "Carminina", no presidió la marcha. La luarquesa, alma máter del festival, falleció el pasado mes de mayo dejando al Consejo Rector del festival sin dirección, pero con el camino hecho. "Nos acordamos mucho de ella", confesaba uno de los vocales, José Luis Rodríguez, con la vara vaqueira en mano, mientras abría paso a los novios entre la multitud.

Abrían el paso del cortejo nupcial los bueyes "Alegre" y "Romero", que portaban, por octavo año consecutivo, la cama vestida de blanco, una cesta con productos del campo, y el orinal. Detrás, los novios saludaban y lucían sonrisa cuando algunos de los presentes homenajeaban al pueblo de origen de la novia: Los Corros, en Valdés.

Con caballos del valle de Paredes cruzaron uno de los caminos para llegar a la explanada donde esperaban el cura y los anillos. Por lo que habían leído y visto de la ceremonia campestre, pensaban que iba a ser algo no menos especial, pero sí más abrumador. "Para nada; estamos todavía más encantados; nos llevamos un recuerdo único y, además, no pasamos tanto calor", dijo el novio.

Efectivamente, no lució un cielo azul intenso, como suele ocurrir en la boda vaqueira de cada último domingo de julio. Las nubes taparon en algún momento al sol y, más que eso, el viento fue protagonista de una boda vaqueira que recordó con nostalgia a Carminina. "La recordamos por su sensatez, sabiduría y carisma; y por su trabajo para restituir el honor de un pueblo discriminado durante décadas", leyó el secretario del Consejo Rector de la Vaqueirada, José Luis Rodríguez. Estas palabras arrancaron el primer aplauso de la jornada y fueron el preludio de la misa que presidió el cura de Naraval, Alejandro Fuentevilla Noriega, quien vistió bajo las ropas religiosas el traje típico de porruano (y no el vaqueiro) por ser de Colombres.

El cura se llevó este año parte del protagonismo. Quiso llevar a la ceremonia un mensaje con tintes asturianos y comparó "la aventura del matrimonio" con la sidra. "Hay que buscar primero buena materia prima y después escoger la manzana, lavarla, prensarla, mantenerla a buena temperatura, servirla fresca y disfrutarla en buena compañía", dijo. Tras las lecturas pertinentes, tocaba casar a los novios, pero Alejandro Fuentevilla tuvo un despiste y casi continúa la ceremonia sin el rito de los anillos y sin el "sí, quiero". "Uy", se escuchó decir , "si yo tengo que casaros".

Sofía, hija del matrimonio vaqueiro, de 9 años, fue la encargada de portar las arras y otra de las protagonistas de una ceremonia que se celebró con menos calor del esperado. A ella, lo que más le gustó fue ver a sus padres "con los anillos y casados", pese a que no faltaron las coplas vaqueiras de Clara Braña y Rogelia Feito; la bendición del panderu cuadrado; las canciones de las hermanas de Villablino Raquel y Laura Álvarez, ni el homenaje a Covadonga.

Por el rostro de la abuela de la novia, Amelia Berdasco Valdés, oriunda de Los Corros y vaqueira, se deslizó una lágrima.