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Nauru, la isla de los gordos

La política en el atolón del Pacífico es turbulenta

Nauru, la isla de los gordos

Nauru es una república diminuta. Tiene, más o menos, la superficie de Ribera de Arriba y la población de Villaviciosa. Está en el quinto infierno y está cubierta de mierda. La verdad es que esto último no está del todo claro. Allí, a la mierda la llaman guano y a la suma de mucho guano, fosfato. La islita -el tercer país más pequeño del planeta después de Mónaco y Vaticano- vive, principalmente, del fosfato y de su dependencia de los grandes archipiélagos de Oceanía.

La república se ha convertido en noticia últimamente por la superabundancia de gordos: el 90 por ciento de los nauruanos tiene sobrepeso, es decir, son obesos. Y a mucha honra: la gordura allí es índice de riqueza. Como les pasa aquí a los bebés rollizos. Los nauruanos no hacen otra cosa que comer bollos. De verdad. Nauru ha pasado de ser una isla envuelta en sí misma (vivió así durante 40.000 años, sin agricultura ni nada) a desenvolverse a lo ancho. Las cosas de la vida moderna. Todo lo importan de Australia. Pero esa no es su singularidad más aplaudida. Lo es una política turbulenta constante. Se independizó en 1968 y desde entonces ha tenido 30 presidentes -seis en 2003, uno de ellos, durante un solo día-. Un lío. Son 18 parlamentarios y sólo de entre ellos puede salir el que manda. Y no se tragan. Es lo único que no tragan. Nunca se sabrá cuánto podría haber escrito Mark Twain de un mundo como este.

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