El sueño de un ingeniero, dedicado a rescatar las pruebas del talento del Imperio Romano para la construcción, cobra vida por vez primera en Asturias. Una exposición póstuma en el Museo Arqueológico recoge las investigaciones de Ignacio González Tascón (Oviedo 1947-Madrid 2006) sobre las técnicas, los materiales y los artilugios empleados por la civilización que dominó y sentó las bases del mundo occidental. En su apogeo imperial, la ciudad de Roma disponía de hasta catorce acueductos capaces de suministrar unos 190 millones de litros de agua cada jornada. Hoy, ese volumen sobrepasa el consumo diario de los concejos de Oviedo, Gijón, Avilés, Langreo y Siero juntos.

Ante semejantes cifras, resulta inevitable preguntarse cómo se las ingenió el Imperio Romano a la hora de levantar unas infraestructuras tan asombrosas para su época. La respuesta está en aparatos como el hodómetro, el sipho, la rota o el corobate, cuyas réplicas, ideadas por González para la exposición, permiten entender de forma didáctica la agudeza del quehacer latino.

Ignacio González nació en la capital del Principado, y tras cursar bachillerato en el Instituto Alfonso II, se mudó a Madrid para estudiar Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos. Beatriz Presmanes recuerda cómo la gran vocación de su marido "le hacía profundizar en los temas, queriendo aportar siempre su visión técnica a la historia". Él mismo se encargó de confeccionar los paneles de la muestra, redactados de forma sencilla y comprensible, pues "quería llegar a cualquier ciudadano, sobre todo a los jóvenes", señala Presmanes. La exposición que puede verse ahora en el Arqueológico, ya ha pasado por diversas ciudades, entre ellas Madrid.

El tesón por recuperar las bases de la construcción fue más allá de los 5 años que González dedicó a preparar la muestra. Presmanes recuerda los muchos viajes que su marido realizó por todo el país, visitando molineros para conocer mejor el funcionamiento de los ingenios hidráulicos. O cuando en una visita a Asturias, rebuscando en los archivos de la biblioteca universitaria, consiguió constatar que el puente romano de Zaragoza era también acueducto. Perseverancia que llevó al ingeniero a probar cada maqueta diseñada con el fin demostrar su eficacia y asegurar sus teorías.

Pero como buen humanista "siempre defendió la conservación de las edificaciones históricas con su función original", asegura su viuda, que recuerda como el ingeniero intentó sin éxito que los antiguos depósitos de agua de Oviedo no quedasen enterrados bajo el actual Auditorio. O la ocasión en que llegó a paralizar las obras de una línea del metro de Madrid para que no se perdiesen unos restos arqueológicos.

Con decenas de publicaciones a sus espaldas, e incluso guiones de televisión para programas divulgativos, puede decirse que Ignacio González un autor prolífico. Sin embargo, también cultivó su técnica participando en la construcción del Puente de Rande sobre la Ría de Vigo, de un pabellón en la Expo del 92 o en la recuperación del ahora conocido Caminito del Rey, de Málaga. Y aunque desarrolló su carrera fuera del Principado -llegó a ser catedrático en la Universidad de Granada-, nunca olvidó su tierra natal, donde volvía con frecuencia para visitar a su madre, disfrutar de la naturaleza y esquiar, otra de sus pasiones. El mimo empleado en las piezas de la muestra revelan el amor de Ignacio González por lo que era mucho más que su profesión, rememora su viuda.