El Museo del Traje dedica hasta el 27 de junio una exposición a la figura de Mariano Fortuny Madrazo, el artista español de las telas que se enamoró de Venecia y plasmó su estilo en el plisado Delphos. La muestra, organizada por el Ministerio de Cultura, está incluida en el programa de actividades organizado con motivo de la Presidencia rotatoria española de la Unión Europea.

La exposición reúne 130 piezas, entre las que se encuentran cuadros, grabados, fotografías, piezas textiles y creaciones de diseño de moda pertenecientes al Museo del Traje, al Museo Fortuny de Venecia y a la Fundación Giorgio Cini de la ciudad de los canales, así como a varias colecciones particulares.

La exhibición se completa con piezas provenientes del Museo del Prado, del Museo Arqueológico Nacional, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la Calcografía Nacional y la Biblioteca Nacional, que ilustran las inspiraciones y obras de arte de una de las mentes más creativas de su tiempo.

Fortuny fue un adelantado a su época. Nació en Granada y realizó su obra en Italia. Ha inspirado la obra de genios del dedal como Issey Mijake y Gyvenchy. El talento le venía de cuna. Su padre era hijo del pintor Mariano Fortuny Marsal. Su madre, Cecilia Madrazo, era hija del pintor del mismo apellido.

En Roma y París aprendió pintura con Benjamín Constant. Estudió dibujo y química en Francia y Alemania. Cultivó la escultura, el grabado, la fotografía, el diseño textil, la escenografía, la iluminación, la decoración, el diseño de muebles y la moda. Sus diseños de moda fueron vanguardistas e incluso rupturistas. Fue un gran coleccionista de telas orientales. En 1889, cuando tenía 18 años, su familia se trasladó a Venecia donde, hasta 1907, se dedicó a pintar y a realizar escenografías, iluminaciones, decorados y vestuarios para teatro, óperas y ballets. Su montaje de «Tristán e Isolda» para la Scala de Milán está en el particular devocionario de los amantes de la ópera.

Desde 1907, junto con su mujer Henriette, se dedicó a experimentar en tintes y estampados sobre terciopelos y sedas, óxidos metálicos y colorantes que hacía traer de Brasil, la India, México o China. En 1907 creó la túnica-vestido Delfos, en seda plisada, sin costuras, inspirada en las vestimentas griegas. Doblado como una madeja de lana cabía en una caja.

También popularizó el cordoncillo de seda con adornos de cristal de Murano para ceñir la cintura. Isadora Duncan adoraba aquellas túnicas. Para acompañarlas Fortuny ideó el chal Knosos, en muselina, decorada con motivos de las Cícladas, que volvió loca a la misma Mata Hari.

Joyas, mejor cuanto más grandes

El buen tiempo anima a lucir joyas, a llevarlas a todas hora y sobre todo a dejarse llevar por las nuevas propuestas, que son todo menos discretas. Para definir en pocas palabras el espíritu de las nuevas colecciones de las grandes firmas queda claro que cuanto más grandes mejor.

Así lo evidencian piezas como las de la firma italiana Pomellato, en tonalidades como el ámbar y el fucsia, sin dejar de lado las turquesas y agua marinas que son otros de los sellos de la casa. Los pendientes se alargan y los anillos van acompañados por enormes piedras, sólo aptos para manos de dedos largos y finos.

Carrera y Carrera bucea en las raíces más españolas; Suárez se decanta por la pureza de líneas y Cartier renueva sus propuestas con detalles exquisitos sin renunciar a los diamantes. Hay ciertas cosas que la crisis no cambia.