Isabel Villa Alonso tiene cara de no haber roto un plato en su vida y, sin embargo, alguno que otro le habrá caído al suelo en el trasiego de ir y venir de la cocina donde Ludi, su madre, prepara un caldo fastuoso, de esos de pita de pueblo, para un cliente que acaba de llegar con frío en el cuerpo hasta el bar La Plaza, en Ladines, concejo de Sobrescobio. Isabel Villa, ahí donde la ven, con esa apariencia de fragilidad y timidez mirando hacia la ventana que se abre en su comedor, es una trabajadora nata, chigrera orgullosa, enamorada del pueblo al que, justamente, el amor la llevó, y del trabajo que realiza a diario en la cocina o tras la barra. Esta joven sobradamente preparada dice que no todo picadillo es igual y que el suyo, el que le da fama a La Plaza, «lo preparo yo con buena carne y siguiendo una receta familiar que me enseñó mi tía Josefina, que era de Caleao. Así conseguimos un picadillo diferente, muy ricu pero que no cae pesado», afirma segura.

Ludi Alonso, por su parte, habla poco y oficia más. Es decir, reina en la cocina como alguien que, desde muy niña, se dedicó al mundo de la hostelería. Antes de asentarse en Ladines regentó durante años y en Gijón el bar Hermanos Villa y luego Casa Ludi, en Tremañes.

Cuando llegan los primeros comensales, tras caleyar por una de las rutas que parten de pueblo, aparece Ludi con una fuente con picadillo y tortos tan perfectos que parecen esculpidos a cincel, ligeramente hinchados y con brillo dorado por el sol de la mañana. Y es que para hacer unos tortos atrayentes y sabrosos «hay que tener mano. El torto se realiza con harina de maíz y llevan todo un proceso, hay que dejarlos "deldar", que suba la masa durante unas horas antes de freírlos», dice.

Como muchos pequeños bares ubicados en pueblos, en La Plaza también es necesario llamar por teléfono para encargar la comida, pues además del picadillo y los tortos también ofrecen, entre otros platos, callos caseros, pitu caleya, fabes con setas y pixín, o patatas al cabrales, sin que falte la fabada o el pote. En cuanto a postres, Abraham, el hijo de Isabel Villa, chaval especialísimo que le gusta más «ir a las vacas» con su padre que pasar la tarde entera ante la Play, recuerda lo rico que le sale «el arroz con leche a la abuela. ¡Uy, y también está la tarta de frixuelos y la de la nuez!», exclama.

No es de extrañar que se sientan felices de vivir en Ladines, un pueblo precioso, remozado durante los últimos años, lleno de rincones para perderse con la cámara de fotos y donde la cordialidad de los vecinos es un incentivo más para volver, además, por supuesto, de ese paisaje inmenso y sobrecogedoramente bello que tienen la suerte de disfrutar cada uno de los 365 días del año. Desde allí se puede admirar, además de un mar de prados verdes y de árboles a la espera de florecer en primavera, el imponente cordal de Peña Escrita, el Pico Guanalón, el Cogollu (nevado en estos días), el Corbelloso e incluso «un pedacín» de Peña Mea.

Llegar a Ladines es sencillo. Si se sale desde Oviedo, por la A-66, hay que tomar la desviación a la derecha que dice «Olloniego». Luego se sigue hacia Langreo, sin entrar, continuando hacia adelante siguiendo los indicadores de Tarna y/o Parque de Redes. Esa es la dirección a seguir. Tras pasar Laviana y dejar atrás el embalse, se llega a Rioseco. A la derecha hay un indicador que reza « Soto de Agues, Ladines», el pueblo en cuyo bar estarán hoy, como cada día, las mesas puestas, la chimenea encendida y las ventanas abiertas a la luz, al paisaje y las calles de «un pueblu preciosu y muy soleyeru», como dice Isabel. Y con razón.