Aquellos años (a veces) maravillosos

Jude Hill.

Jude Hill. / T. Pertierra

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Convertido en un director de dos caras que alterna las producciones mastodónticas con otras más personales –aunque últimamente prefiera las primeras, vaya–, Branagh se sacude de encima la pesada capa de los empeños taquilleros para viajar a su propia memoria como niño que dio sus primeros planos en la vida en una ciudad tan compleja como Belfast, donde nació en 1960. Una década prodigiosa y convulsa en plena guerra entre protestantes y católicos. Pólvora y chocolatinas, entornos violentos y lecciones de vida. Pese a todo, pese a algunos, un tiempo feliz para un crío. Del color inicial que muestra el presente de la ciudad se salta al blanco y negro del pasado con la banda sonora de Van Morrison como envoltorio musical insistente. En 1969, un guaje de familia protestante (Jude Hill: extraordinario, y me quedo corto) vive lo que hay que vivir a esas edades (los primeros amores) y también cosas que no debería vivir (barricadas, sermones incendiarios, odio en las calles). Tener unos abuelos tan cariñosos y preocupados por él ayuda mucho. Su padre, que evita los choques por culpa de la religión, trabaja en Inglaterra. ¿Será mejor irse de Belfast mientras dure el conflicto? Branagh evita cuidadosamente (habrá quien se lo reproche) meterse en charcos políticos y evoca un mundo donde la clase obrera lucha con coraje y orgullo, la familia tiene sólidos cimientos y hay un sentido de la comunidad de profunda solidaridad. Branagh emociona con sus recuerdos cinéfilos (“El hombre que mató a Liberty Valance” o “Solo ante el peligro”, qué grande era el cine) y su travesuras (robo de chuches como mayor proeza), y es ahí donde la película coge altura, con un buen reparto en el que solo desentona el inexpresivo Jamie Dornan, un lastre que perjudica la fundamental historia del matrimonio.

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