El Negro de Bañolas, como se referían al cuerpo momificado de un hombre de raza negra que se exhibía en el Museo Darder, en aquella localidad catalana, yace olvidado en Gaborone, en la capital de Botsuana. Mañana se cumplen diez años del traslado de los restos del africano, que aún se exhibía en una vitrina como un animal disecado en las vísperas de la Olimpiada de Barcelona. Desde entonces descansa en una tumba semiabandonada en el parque de Tsholofelo, en un terreno en el que los niños acuden a jugar al fútbol. En los partidos sirve de banderín y desde ella se sacan los córners. Sólo unas cadenas, sujetas por unos postes torcidos, señalan el lugar donde está enterrado el Negro de Bañolas, en el que crecen los yerbajos y se acumula la basura y a unos metros un papel cuenta su historia, que raramente alguien se detiene a leer.