La «realidad aumentada», si lo hemos entendido bien, es un híbrido entre la realidad analógica y la virtual, una especie de cuerpo calloso o puente entre esos dos mundos. Ha llegado cuando ha podido, pero nos estaba haciendo más falta que el agua. Gracias a ella no estaremos obligados a ser sólo digitales o sólo analógicos, sino que devendremos en una mezcla de dos mundos cuyas fronteras resultaban excesivas. El tráfico entre esos dos mundos se agilizará de forma que cada uno se enriquezca con las aportaciones del otro. La realidad aumentada es, en la práctica, una nueva forma de mestizaje. A partir de ahora, ya nadie será completamente real o completamente irreal, sino una mezcla de ambas categorías. Ahora bien, estarán tan entreveradas que no será posible separar la una de la otra. Quiere decirse que seremos simultáneamente reales e irreales. Seremos, en fin, nosotros mismos, una realidad aumentada.

En mis sueños, me deslizo a veces por una calle analógica repleta, sin embargo, de incrustaciones virtuales. Reconozco esa calle, que pertenece a una vida paralela a aquélla en la que me desenvuelvo. No sé quién soy en esa otra vida, ni a qué me dedico, ignoro adónde voy o de dónde vengo. De vez en cuando, me detengo frente a unos escaparates fantasmagóricos, donde los maniquíes, que son simultáneamente de carne y de cartón piedra, desarrollan escenas domésticas de la vida real. Si dirijo mi iPhone a uno de esos maniquíes, obtengo una especie de ficha de él. «Esa mujer», asegura el programa de realidad aumentada de mi iPhone, «fue soñada por ti cuando contabas cuatro años». Entonces me despierto y me pregunto si habrá algún modo de entrar en contacto, despierto, con esa realidad paralela.

El mundo digital tiene algo de sucedáneo de los sueños. A veces, después de haber navegado durante horas por Internet, tengo la sensación de despertar, más que de cambiar de actividad. Por desgracia, entre el sueño y la vigilia hay pocos vínculos. O estás allí o estás aquí (con excepción, quizá, del ensueño, donde tienes un pie en cada lado). La realidad aumentada actúa, en ese sentido, a modo de un ensueño que nos permite ser materia onírica sin dejar de ser reales.