Rodrigo Cortés (Orense, 1973) es ya uno de los niños mimados de Sundance. Aunque «Enterrado» no cumpliese las expectativas que se preveían en taquilla, fue uno de los éxitos del Sundance 2010; gracias a ella, el festival ha seguido los pasos de este director español y el viernes por la noche, en el Eccles Theatre de Park City (Utah), ante una audiencia de 1.200 personas, se presentó mundialmente su nueva película, «Red lights», protagonizada por Cillian Murphy, Sigourney Weaver, Robert de Niro y Elizabeth Olsen.

«Red lights» («Luces rojas»), un título que hace referencia a esas situaciones que, dentro de unas circunstancias, parecen estar fuera de lugar, cuenta la historia del físico Tom Buckley (Cillian Murphy) y la psicóloga Margaret Matheson (Sigourney Weaver), que además de trabajar en la universidad se dedican a desenmascarar presuntos estafadores con poderes psíquicos. Cuando, después de muchos años, un famoso parapsicólogo interpretado por Robert de Niro vuelve a dar señales de vida y a ofrecer actos públicos, Tom opina que debería ser el objeto su próxima investigación mientras Margaret quiere que se olvide de él. Lo que sigue es una historia sobre la relación entre un hijo que necesita a una madre, una madre que necesita a un hijo, y cómo determinadas circunstancias pueden alejarles. Cillian Murphy y Sigourney Weaver colisionan con la, en ocasiones, sobreactuación de De Niro, aquí justificada y al servicio de un personaje que recurre al dramatismo para teñir de «magia» todo lo que ocurre a su alrededor.

«Red lights» es producto casi total de Cortés, que dirige, escribe, coproduce y edita la película. Con ecos de «El protegido», aquella obra de M. Night Shyamalan posterior a «El sexto sentido» que tanta división de opiniones ocasionó -como probablemente le ocurrirá a «Red lights»-, y aprovechándose de una ambientación que invita al ocultismo, Cortés rueda una historia que se desentraña en los minutos finales, tal vez aclarando o tal vez confundiendo al espectador aún más, y utiliza la cámara para expresar y hacer sentir la intranquilidad y la duda que se alojan dentro de todos los personajes. Rodrigo Cortés no rueda películas amables de ver. «Enterrado» creaba una sensación de impotencia e injusticia en el espectador difícil de arrancar horas después de haber salido del cine.

«Red lights» nos muestra una sociedad que, marcada por las necesidades de nuestro tiempo, es capaz de creer en cualquier charlatán que se cruce en nuestro camino con tal de mantener la fe en algo. Ésa es, probablemente, la tesis que más miedo da de la historia. Si «Enterrado» era una película encubierta sobre la guerra de Irak en la que acabábamos cuestionando para qué existió ese conflicto, «Red lights» se pregunta por qué ahora, en este preciso momento, necesitamos creer que alguien puede curarnos con el poder de su mente y cuál es el problema si es que eso es posible. Cortés demuestra que, aunque parezca que no había nada más difícil que rodar «Indiana Jones en una caja», hay formas y formas de sacar la cámara a la calle; y él lo ha hecho con acierto. La historia intenta aún desenredarse en nuestra mente horas después de haber finalizado y entran ganas de colarse en el próximo pase e intentar descubrir aspectos que, la primera vez, imbuidos de ganas de creer, pero escépticos acerca de por dónde nos la iba a colar este hombre, nos perdimos.

Coproducción de Estados Unidos y España, «Red lights» prueba que Rodrigo Cortés, así como hace una década y media lo fue Alejandro Amenábar, es el director español a seguir actualmente. Si Robert Redford y su Instituto Sundance se han rendido a sus encantos, aunque seamos recelosos o críticos sobre su nueva película, nosotros deberíamos hacer lo mismo.