Es la «impensada» estrella de una serie de miedo que arrasa en Estados Unidos, «American horror story», pero a Jessica Lange lo que de verdad le asusta son tragedias como la de Ciudad Juárez en México, país al que ha dedicado la exposición fotográfica que ayer inauguró en España.

Lange (Cloquet, Minnesotta, 1949) ha elegido Madrid, la Casa de América, para la exhibición de 96 «secuencias» que ha hecho durante los últimos doce años en México, 58 de ellas, inéditas, y que después, en agosto, se expondrán en el Museo de San Benito de Valladolid.

El año pasado Lange expuso en Avilés «Unseen», 78 fotografías tomadas durante los últimos veinte años. La actriz se casó en 1970 con el fotógrafo asturiano Paco Grande, a quien había conocido en su etapa universitaria. El matrimonio se rompió a mediados de los años setenta y se divorció en 1982.

En la exposición abierta ayer se ven escenas en blanco y negro de la cotidianidad, paisajes que escapan de las coordenadas territoriales y que reflejan a México, un país por el que siente «absoluta y total fascinación tal como es», sin afán documental, porque no es una «fotoperiodista», subraya, sino «una fotógrafa de la calle».

«Disparo con idea de narración, casi como literatura, con mi propia escritura, pero no con un proyecto premeditado. Sólo hago fotos, que guardé durante mucho tiempo hasta que alguien pensó que podría publicar un libro. Luego han venido las exposiciones», señala.

Su proceso de trabajo como fotógrafa, iniciado a los 18 años y aparcado hasta hace doce, cuando su pareja de entonces, Sam Sheppard, le regaló una Leica M-6, es «anónimo y profundamente personal», describe. «No sé si mi vida no sería la misma sin esa cámara, pero lo que sí sé es que fue el impulso a este trabajo. Me he acostumbrado a ella, la conozco. Es una familiaridad emocional y siento que ella cuida de mí». Dice en buen español que «nunca, nunca» ha disparado con una cámara digital y que no lo hará, porque rechaza la «capacidad de manipulación» que tiene esa tecnología con herramientas como el «Photoshop». Lange descubrió su placer por la fotografía con su inseparable Leica al tiempo que su fascinación por México, un país en el que, «especialmente en los pueblos pequeños, no es nadie», sólo una «gringa» que disfruta del placer de observar mientras nadie la observa a ella, «un antídoto» contra tanta popularidad.