Noelia HERMIDA

Sus creaciones eran una transcripción perfecta de lo que era él; su personalidad. El diseñador francés Hubert de Givenchy, que falleció el pasado fin de semana, en París, a los 91 años, era elegante, discreto, distinguido, educado y sencillo. Y así es el legado imborrable que deja en el mundo de la moda para siempre. Porque hay pocos modistos que puedan igualar la calidad y la importancia del modisto, un referente para iconos de la elegancia como Audrey Hepburn o Jackie Kennedy.

Givenchy empezó a diseñar muy joven, a los 17 años. Lo llevaba en la sangre, ya que creció en el taller de disfraces y tapices que poseía su abuelo. Siempre tuvo claros sus objetivos y, al igual que hacía soñar a las mujeres que llevaban sus vestidos, el veía como sus sueños, con talento y esfuerzo, se hacían realidad. Inauguró su "atelier" en París en 1952, en plena época del Hollywood dorado. Y, solo un año después, se produciría el encuentro que le cambiaría la vida: el inicio de la relación modisto-musa (y amistad para siempre) con Audrey Hepburn. Y es que hablar de Givenchy es hablar de la actriz. De los maravillosos modelos de "Sabrina", de "Una cara con ángel" y, cómo no, del eterno vestido negro de "Desayuno con diamantes".

Pero la actriz no fue la única que se rindió a la magia de los diseños exquisitos, atemporales e innovadores de Givenchy. Durante los 43 años que el diseñador estuvo al frente de su taller, hasta su retirada en 1995, personalidades de todo el mundo, desde primeras damas, nobles y actrices, escogieron sus vestidos para lucir en las ocasiones más especiales.

Y es que la aguja de Givenchy no era una cualquiera. La feminidad, la distinción y la belleza transpiraba en cada una de las puntadas de sus diseños. Diseñaba los vestidos para realzar y adaptarse al cuerpo de cada mujer, asegurando así su comodidad y sacando la mejor cara de cada una. Hubert de Givenchy demostró que la mujer no necesita envoltorios ni excesos para deslumbrar. Y ese, sin duda, es su mejor legado.