La modelo, actriz e "it girl" Lily Collins (Guildford, Reino Unido, 1989) lleva una década demostrando que los directores y productores de cine y televisión no se han fijado en ella porque sea la hija de Phil Collins, sino por su habilidad para abordar personajes muy distintos. A sus 31 años, la que fue la dulce Blancanieves que escapaba de las fauces de la reina malvada Julia Roberts en "Mirror mirror" y el ángel guerrero de "Cazadores de sombras: ciudad de hueso", se ha convertido ahora en una ejecutiva de marketing de Chicago que intenta sobrellevar con mucho estoicismo y positividad su inesperado traslado a la capital francesa en "Emily in Paris", serie que acaba de estrenar Netflix.

Igual que le sucede a su último personaje, Collins ha descubierto el encanto de la ciudad de la luz gracias al rodaje de esta ficción romántica firmada por Darren Star, el creador de la mítica "Sexo en Nueva York". Durante los cuatro meses que vivió en el París de postal que retrata la serie, se enfrentó a experiencias similares a las de la coqueta Emily, sobre todo por los malentendidos con el idioma.

La actriz que ha hecho de sus tupidas cejas una de sus marcas distintivas compartió sus traumas en su libro "Unfiltered: no shame, no regrets, just me" (Sin filtros. Sin vergüenza. Sin arrepentimiento. Solo yo), donde habló de los trastornos alimentarios que sufrió de adolescente y de la relación con su padre, el líder de Genesis. "Te perdono por no haber estado siempre que te he necesitado y por no ser el padre que esperaba", le escribía a su progenitor, de 69 años, abriéndose a una reconciliación.