Opinión

Funerales con faralaes

De la que estoy azotando unas lentejas en la pota, oigo un diálogo en la tele que me llama la atención. Me giro y veo a tres personas mayores, pero no muy mayores, con el pelo blanco pero de corte moderno hablando de sus funerales. Aparentemente vienen de un entierro y parece que están ya empezando a planear el suyo. Hablan de la música que van a poner y bromean de tal manera que hasta dan gana de morirse. Son guapos, tienen sentido del humor y quieren que en su despedida final la gente baile y esté contenta.

¡¡Al fin, el anuncio con el que llevo tanto años soñando!!

Todas las tradiciones que tienen tufillo americano me desagradan: Halloween y esos disfraces cutrillos, Santa Claus y sus renos, el Black Friday y las hamburguesas dos por uno. No me gustan las tradiciones importadas porque están metidas a calzador y muchas veces solapan las nuestras. Los Reyes Magos son majos, no veo por qué tienen que ser ninguneados por un tipo tripón vestido de rojo y que viene con animales desconocidos por estos lares. Tampoco le veo ninguna gracia al truco o trato, ni a salir a comprar como locos un viernes que llaman negro. El día menos pensado nos cambian el pitu caleya por un pavo enorme y reseco y acabamos dando gracias a los padres peregrinos que huyeron de Europa en vez de a nuestros tatarabuelos , bisabuelos y abuelos.

Pero este nuevo aire de todo es posible en América que inunda el anuncio me parece más que loable. Funerales con faralaes. A los tres que van en el coche se les ve satisfechos de despedirse de este mundo con poca pena y mucha marcha. Nada de plañir, pocos a la fiesta pero muy animados. Nos despedimos satisfechos de nuestra labor en la tierra y por morirnos cuando todavía nos acordamos de nuestros nombres.

Si a este anuncio le siguiera otro de ataúdes con virtudes ya sería la bomba. Nada de gastarse un dineral en madera que vamos a incinerar a los dos días. Necesitamos ataúdes que se auto reciclen, o de cartón especial, algo asequible para todos, para vivir bien de vivos y dejar a nuestros descendientes tranquilos y despreocupados, a ser posible oyendo a Cold Play y su Viva la vida.

¡Qué viva!