Río de Janeiro / Avilés

Jaime ORTEGA Inés MONTES

Oscar Niemeyer, el centenario genio de la arquitectura, está más que satisfecho con su obra avilesina, el centro que llevará su nombre y cuya construcción se ultima en la margen derecha de la ría. Ayer, en una de sus contadísimas apariciones en público, Niemeyer agradeció la labor de los responsables de las obras del edificio de Avilés. «Sólo tengo cosas que agradecer a los que trabajaron allá, a los que están haciendo el trabajo; son ingenieros y arquitectos muy competentes. La obra está siendo muy bien ejecutada. Quedo satisfecho con ese proyecto, que es uno de los que más me agrada ver realizado», aseguró el arquitecto.

A punto de cumplir 103 años, Niemeyer se mantiene activo al frente de su estudio y fiel a su concepción de que la arquitectura debe aproximar a la gente a lo que es una obra de arte. El arquitecto participó en el lanzamiento de un nuevo número de la revista «Nosso Caminho» («nuestro camino»), en la que muestra cuatro proyectos inéditos de su autoría.

A sus 102 años, recuperado de los problemas de salud que lo han aquejado en los últimos meses, Niemeyer se rodeó de invitados especiales en su taller en el barrio carioca de Copacabana para el lanzamiento del número 7 de la revista. Entre ellos se encontraba el director del Centro Niemeyer, Natalio Grueso, quien explicó que el artista participa en todos los detalles de su obra en Avilés.

«Niemeyer está encantado, feliz y muy satisfecho, sobre todo, con el sentido social del proyecto, que, como él mismo ha definido, se trata de una gran plaza abierta a todas las personas, para la educación y la cultura», declaró Grueso.

Para Niemeyer, nacido el 15 de diciembre de 1907 en Río de Janeiro, «la base de la arquitectura es la invención». «No me limito a procurar la solución correcta que el tema pide. Yo quiero que la cosa sea bonita, que aproxime a las personas a las obras de arte», declaró.

El arquitecto brasileño ha dado vida al hormigón armado con obras monumentales en las que suaves curvas evocan las formas femeninas y las olas del mar que se rompen en la playa de Copacabana, a pocos metros de su estudio. Se define como un promotor de la libertad de creación, de la estética, de la belleza y de la funcionalidad de las obras. «Yo hago mi arquitectura», resume.

«Hoy el arquitecto tiene el hormigón armado, que le ofrece todas las posibilidades, entonces es función del arquitecto trabajar el hormigón armado, explorarlo, procurar sus bases creativas. Yo hago eso», anota.

El nombre de Niemeyer estará asociado para siempre al de Brasilia, ciudad para la que diseñó, en la década de los cincuenta del siglo pasado, los principales edificios y espacios públicos. No obstante, el arquitecto destaca que el proyecto urbanístico de la capital fue de su socio Lucio Costa. «Él pensó en Brasilia e hizo el plano de urbanismo. Yo lo ayudé con los otros arquitectos en la parte de arquitectura, apenas eso», dice con modestia este hombre que lleva 78 años dedicado a un oficio con el que ha ganado numerosos premios, como el «Pritzker» (1988), el «Príncipe de Asturias» (1989) y el «León de oro» de la Bienal de Venecia (1996).

Niemeyer también ha dejado su huella en Europa, con trabajos en París o Italia, pero su único edificio en España será el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer de Avilés, que la Fundación que lo gestiona quiere inaugurar coincidiendo con el 103.º aniversario del arquitecto, un homenaje que el propio Niemeyer ha acogido con «agrado».

El centenario arquitecto presenta en el último número de la revista «Nosso Caminho», que dirige junto con su esposa, Vera Lúcia, sus más recientes obras, espacios de trabajo, estudio o recreación de uso colectivo con sus inconfundibles curvas de hormigón armado.

Se trata de la Universidad de Música y Artes Escénicas Doctor Daisaku Ikeda, proyectado para la ciudad de Araraquara; el memorial Ulysses Guimarães, diseñado para la ciudad de Río Claro (ambas localidades en el Estado de São Paulo); la Cámara Municipal de Poços de Caldas y el Tribunal de Cuentas de Roraima, en Boa Vista, ambas localidades en el Estado de Minas Gerais, fronterizo con Venezuela.

Preguntado por su constante deseo de seguir estudiando, Niemeyer responde que el motor es «la curiosidad». «Cuando veo una obra sobre el cosmos y me deleito con el universo fantástico en que vivimos, uno ve que somos pequeñitos», dice tras sus ojos centenarios.