Menospreciada, humillada, aguantando que sus jefes le gritasen a dos centímetros de la cara ante compañeros, le negasen permisos, asistencia a cursos, salidas a competiciones deportivas o traslados. Una antigua agente de la unidad adscrita al Principado, perteneciente al Cuerpo Nacional de Policía, describió un calvario a manos de J. L. M. A., actual jefe del Servicio de Atención a la Familia (SAF) de la Jefatura, y entonces jefe de grupo de la Policía autonómica; y también por causa de E. P. H., jefe operativo y durante largos periodos de tiempo responsable de la unidad, hoy jefe de la sección operativa de Seguridad Ciudadana. "Decían que me destinaban a los coches porque le gustaba al jefe. Y cuando estaba en la oficina insinuaban que estaba allí porque al jefe le gustaban las putas", aseguró ayer la mujer, en el juicio que se inició en la sección segunda de la Audiencia y que continúa hoy con la declaración, entre otros, del director de Seguridad, José Luis Villaverde.

Los agentes acusados de coacciones por la denunciante -el fiscal no acusa- negaron haberla hostigado e indicaron, al menos E. P. H., que se trataba de un "montaje sindical". "Sé cómo son algunas estrategias para poner a los jefes en el paredón", dijo este inspector jefe, que fue representante del SUP.

El mayor pecado de esta agente, según dejó caer ella en el juicio, fue estar en un sindicato, el CEP, y caer en una unidad cuyos jefes estaban muy ligados al SUP y al SPP. La mujer asegura que fue "discriminada" por ello. Y para rematar, "tenía la voz suave" y era "rubia". Aparte, la unidad adscrita estaba a punto de desaparecer, lo que generaba la consiguiente tensión. La mujer estuvo destinada en puestos como la Junta General, y según la denuncia, J. L. M. A. ordenó a una de sus subalternas que la vigilasen con las cámaras "porque no sabía ni saludar" y el Principado se había quejado de que los agentes adscritos iban sin gorra, fumaban y no guardaban el decoro exigible.

Era este mando el que parecía sentir una mayor inquina por la agente. En cierta ocasión, poniendo la voz en falsete, tratando de imitarla, le dijo: "Te pareces a mi hermana pequeña, lo consigues todo llorando". A la denunciante le consta que este mismo mando la imitaba en la oficina, que la llamaba vaga -cierta vez le gritó: "¿Y tú qué miras? ¡Ponte a trabajar que es lo que tienes que hacer!"- y que la responsabilizaba de la sobrecarga del resto. Los compañeros comenzaron a hacerle el vacío. "Una compañera me vino llorando una vez para pedirme perdón", declaró la agente.

No al traslado

La tensión y la ansiedad fueron creciendo. "Salía de trabajar llorando, vomitando, con diarrea", confesó. Trató de aguantar, pero al final cogió una baja psicológica, después de ir a suplicar en vano a Villaverde que la cambiase de destino. A la agente ya le habían negado traslados al SAF, permisos... "Lo dejé todo, el tiro, las competiciones, los cursos de formación", dijo. La gota que colmó el vaso llegó cuando la sometieron a un tercer grado para que confesase si había ayudado a otro agente a redactar la petición de una baja. Le dijeron que llevarían la minuta a la Policía Científica, que la echarían del Cuerpo y acabaría en la cárcel.