Francisco L. JIMÉNEZ

Un estudio realizado por el Observatorio de Precios de los Alimentos por encargo del Ministerio de Medio Ambiente y Marino viene a desmentir una de las frecuentes acusaciones que realizan los pescadores: que ellos apenas se quedan con el valor de la raspa del pescado y que son los distribuidores los que se llevan la mayor tajada. El informe en cuestión, cuyas conclusiones se dieron a conocer ayer, analiza la cadena de formación del precio de la merluza -la especie de la que se descargan más toneladas al año en las rulas asturianas- y concluye que si esta especie mantiene un precio de venta sin apenas variaciones durante el año es debido a que los diferentes agentes comerciales ajustan sus márgenes para compensar las frecuentes oscilaciones del precio de la merluza en origen.

El beneficiario último de la estabilidad del precio de la merluza no sería otro que el consumidor, al que le resultan ajenos los vaivenes del precio en origen del producto. Si a eso se añade que las capturas de merluza aumentaron en Europa un 54 por ciento desde 2001, los consumidores obtienen una doble ventaja: precios estables y producto abundante. Sólo en Asturias, las descargas de merluza aumentaron de 2.045 toneladas en 2006 a 3.199 en 2010 (un 56,4 por ciento). En ese mismo periodo el precio medio en rula bajó de 5,99 euros a 2,84 euros (un 52,6 por ciento). Esas dinámicas han contribuido a abaratar las merluzas en las tiendas, al punto de convertir este tipo de pescado -antes selecto- en uno de los más populares.

Por la parte que les toca a los armadores y pescadores (sector extractivo), el mismo informe cifra en un 50 por ciento el total de los costes de la cadena de valor del pescado que se genera antes de que el producto salga de la rula con destino a los mercados. «A pesar de los elevados costes de producción, los precios que puede alcanzar la merluza de 2,5 a 5 kilos (entre 3,64 y 4,98 euros por kilo) en origen permiten a los armadores compensar los gastos de captura», añade el citado documento. «Los costes principales que asumen los armadores son de combustible y personal», concretan los autores del estudio.

En función de esos datos, la flota y las rulas (gastos de hielo, cajas, manipulación, subasta...) se quedarían con la mitad del dinero que genera el negocio de la merluza; la otra mitad retribuye al resto de eslabones de la cadena comercial: transporte, almacenaje, transformación, mermas y restos no aprovechables, costes salariales y comerciales y beneficio empresarial.

El hecho de haber elegido la merluza para la realización de un estudio sobre la formación del precio tiene que ver, según explican los responsables de Medio Marino, con el hecho de que es un pez muy apreciado en el mercado español y con un valor final alto, en comparación con otros productos provenientes de la pesca extractiva. «Esta circunstancia permite obtener márgenes de beneficio a lo largo de toda la cadena de distribución», reseñan los autores del estudio. Las referencias estadísticas fueron tomadas de los barcos que faenan en la costa atlántica cantábrica y en el caladero de Gran Sol.

Al respecto del llamativo crecimiento de la cifra de capturas (un 54 por ciento más desde 2001), los técnicos destacan que ese incremento de la oferta tuvo correspondencia con un aumento de la demanda. Ahora bien, mientras la oferta se caracteriza por su volatilidad (picos de descarga alternados con baches de producción), la demanda se caracteriza por su estabilidad. Esto induce a un estado de precios inestables en origen; precisamente la situación que, según el informe, corrigen los comercializadores de pescado actuando sobre sus márgenes comerciales. Los vendedores finales, por las características peculiares de este mercado, «asumen un cierto riesgo de comercialización en el caso de que la demanda no se ajuste a la oferta presentada».

Otro aspecto que se destaca en el informe sobre la formación del precio de la merluza es que la mayor parte de las compras en las lonjas son realizadas por mayoristas, siendo también cada vez más destacable la presencia en las canchas de subasta de cadenas de distribución que están ampliando cuota de mercado, en parte por la falta de relevo generacional de los negocios tradicionales o familiares, como las pescaderías.