Penetrar en las estancias de Alfonso III, recorrer la muralla o conocer la torre de los reyes serán algunas de las experiencias que podrán vivir los visitantes del castillo de Gauzón en el futuro. Año a año, el proyecto arqueológico impulsado por el Ayuntamiento de Castrillón ha permitido conocer la historia y las construcciones de la fortaleza más renombrada del reino de Asturias, lugar de factura de la Cruz de la Victoria y ha ido aportando un incesante caudal de datos sobre nuestro pasado colectivo. La amplia secuencia de ocupación del asentamiento, que nos conduce desde el siglo VII d.C. hasta el XV constituye un viaje a lo largo de toda la Edad Media asturiana. Por otra parte, algunos hallazgos han contribuido a cambiar la imagen de ese pasado. La existencia de un asentamiento anterior a la batalla de Covadonga, propio de una clase social poderosa, ayudó a revisar, por ejemplo, la investigación de las fortalezas medievales y los propios orígenes del reino de Asturias. Y las distintas construcciones que han sobrevivido a la azarosa mano del tiempo demuestran que en los siglos VIII y IX los reyes asturianos emplearon en su edificación técnicas constructivas y diseños innovadores, propios de la vanguardia arquitectónica de aquellas centurias.

La vertiente científica de un proyecto es fundamental, pues no en vano es la única manera de rescatar con rigor la memoria histórica. Sin embargo, una planificación que finalice en ese punto resulta incompleta. Los vestigios de un asentamiento deben ser preservados para las generaciones presentes y futuras. Por eso, el proyecto arqueológico del castillo de Gauzón acoge una segunda vertiente dirigida a la restauración y musealización del yacimiento, labores que se han iniciado a lo largo de las dos últimas campañas con la participación del restaurador Luis Saro.

Uno de los espacios más singulares se localiza en la plataforma superior del castillo. Fue comenzado a excavar en los setenta por V. J. González García y su reexcavación en el presente proyecto ha permitido definir un conjunto residencial único en la arqueología altomedieval del Norte peninsular. Los primeros trabajos de restauración llevados a cabo en esta campaña, que serán ampliados en los próximos años, permiten recuperar el ambiente original de aquel espacio. Se trata de dos estancias, una mayor, que actuaría como sala o habitación privada, con vestigios de un posible hogar destinado a su calefacción. A su derecha se encuentra otra dependencia más pequeña cuyo acceso sólo podía realizarse desde la sala. El paso entre ambas conserva un umbral prerrománico, una base de puerta de doble batiente igual a las localizadas en el entorno de la iglesia de San Salvador de Oviedo. La estancia pequeña tiene un estanque con bordes de ladrillo y contaba con una cisterna y un canal de desagüe, lo que precisa su naturaleza como baño al servicio de la gran estancia. Una característica extraordinaria de ambas habitaciones es el empleo de pavimentos de «opus signinum», el equivalente a nuestro hormigón, excepcionales en el conjunto de la arqueología norteña de esta época. Las dataciones de carbono 14 señalan la construcción de estas habitaciones entre los siglos IX y X, muy posiblemente durante el reinado de Alfonso III. Sus características lo sitúan como el testimonio más importante de los ambientes palatinos que los soberanos astures impulsaron en sus grandes centros de poder. Arqueología y restauración permiten así rescatar el pasado e imaginar cómo fueron aquellas edificaciones de lujo en las que algún día pudo residir Alfonso III. El castillo vuelve a la vida y los asturianos se reencuentran con sus raíces.