En el mes de marzo de 1852 se contratan las obras para la construcción de una nueva iglesia en la parroquia de Bañugues. Ha habido varios intentos fallidos al menos desde 1804, pero las coyunturas económicas primero, y la Guerra de la Independencia y sus secuelas, después, impusieron un retraso de casi medio siglo a las intenciones de los vecinos. En 1804 acuerdan estos pedir un préstamo al convento de San Pelayo de Oviedo de tres mil reales de vellón. Es posible que aquel acuerdo quedara en papel mojado porque tan solo dos años más tarde, en 1806, hay un nuevo acuerdo de los vecinos a la salida de lo que se llamaba la misa popular -misa de doce- a principios del mes de mayo. En aquel textualmente esgrimen en su argumentación que «en atención al riesgo que se halla la expresada iglesia por estar contigua al mar y los efectos que causa con sus invasiones? se hayan determinado a llevar la iglesia a otro lugar mas cómodo». No hablan ya de pedir empréstito alguno, y al efecto de realizar todos los trámites necesarios dan poder a Bernabé Antonio García Pola, Juan A. González-Llanos y Francisco A. García Malleza.

Un gran silencio documental que se puede entender en parte por la invasión de los ejércitos franceses, y la situación económica claramente adversa que siguió durante unos cuantos años, nos lleva a 1852. En marzo de aquel año el párroco José González-Posada, junto con el mayordomo de fábrica Nicolás González Llanos y varios consiliarios nombrados por el vecindario, otorgan un documento notarial acordando la construcción del nuevo edificio con el maestro cantero Bartolomé Menéndez. En él se habla de «trasladar la antigua iglesia y cementerio a otro punto mas cómodo e inmediato de la población, por encontrarse el actual a orillas del mar y casi tocando con la playa». En efecto en este documento se pormenorizan dimensiones de la nave, materiales a utilizar, grosor de los muros, carpinterías, cubiertas, cerrajería, proporciones y calidades de las mezclas de morteros, e incluso se establecen las partes de la antigua iglesia que se han de reaprovechar, todo acordado en un precio de 9.000 reales. El cuerpo de la iglesia ha de tener 6 pies de aumento con respecto al actual; se aprovecharan los retablos y maderas del pórtico actual; todas las paredes macizadas en cal y canto, con una mezcla de una cuarta parte de arena; las paredes de la capilla mayor tendrán 3 pies de espesor y sus bóvedas igual a las que tiene hoy; crucero, impostas, arco, cornisas y esquínales de piedra labrada «la misma que tiene hoy y si no fuera bastante el rematante labrara a su costa»; las tejas descansaran sobre castaño, pontones y sobre pontones de igual madera; la tribuna igual a la que hoy tiene, y ha de aprovechar el rematante la madera del pórtico y añadir a su costa la nueva que necesite.

El reaprovechamiento de materiales fue una practica común en todas las obras que se acometían, y nos sugiere un universo material tan diferente del actual, con un sentido del ahorro y aprovechamiento, sin duda paradójico si lo comparamos con el actual. En este caso tal reaprovechamiento, es posible que dejaran la antigua iglesia reducida a unas condiciones en las que difícilmente lograrían sobrevivir ningún resto material, perdiéndose con ellos los rastros de un edificio que, a juzgar por la única imagen que se conserva de él, podríamos adscribir al estilo prerrománico.

En agosto de 1930 se proyectan nuevas obras de mejora en el edificio y al efecto se abre una suscripción popular. Hay una serie de donativos que llaman la atención por su importancia y nos indican que no fue un mero lavado da cara del edificio: el presbítero Jacobo Campuzano 575 pesetas, los testamentarios de Manuel Cuesta Pérez, 3.290 o Duro Felguera, 750. Las obras del interior finalizan en julio de 1931 y en el mes de agosto se inauguran coincidiendo con la fiesta sacramental. El ajuar litúrgico también se enriqueció en aquel momento con una serie de donaciones: un nuevo San José de la Montaña en dosel; una toca para la Virgen del Carmen; vestido bordado en pedrería para el Nazareno; se anuncia la construcción de una nueva escultura de Nazareno, y una talla en madera de un crucificado.

Sin duda toda esta historia contrasta con la situación del nuevo templo construido en la segunda mitad del siglo XX.. Favoreció el abandono del antiguo, transformado y vuelto a transformar con muy poco criterio y mucho menos respeto. Sin duda la aportación mas valiosa del nuevo edificio fue la instalación del Vía Crucis de José Andrés Gutiérrez (Luanco, 1959-Oviedo, 1994), realizado entre 1975 y 1977, no siempre comprendido y valorado en su justa medida. Y en este punto es necesario recordar que la Iglesia como depositaria y titular de los bienes que la comunidad le confía, tiene también la misión de velar por estos, con la ayuda de sus parroquianos, autoridades locales y provinciales. La recuperación de esta obra pictórica, como en su momento se hizo con el edificio de la iglesia de la iglesia de Luanco y sus retablos, es una cuestión indispensable en la conservación de nuestro patrimonio, que afortunadamente parece haber iniciado el mejor de los caminos posibles.