Vamos a ver qué escribe Javier Cuervo al respecto de Flash Gordon: "... es el hombre más guapo de dos planetas. De la Tierra, porque el otro ejemplar terráqueo es el doctor Zarkov. De Mongo, porque en cuanto lo ven las mongonianas le prefieren a cualquier otro". Es natural. "Es alto, rubio, blanco, anglosajón. Es el héroe norteamericano", continúa el redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA, el autor de "Flash Gordon, el conquistador. El amor y la guerra en el planeta Mongo de Alex Raymond" (Rema y Vive, 2016). No se lo pierdan.

Pero vamos al origen. Es 1934, la Gran Depresión es depresiva, pero hay tiempo para exaltar la imaginación. Alex Raymond, el dibujante, es un chaval que se reúne con tipos tan enormes como Dashiell Hammett, el de "Cosecha roja" por ejemplo, el creador del Agente de la Continental. Realismo grave, primer paso de mediocridades sociales a pie de página. Él, uno de los grandes, con Raymond, puro novato. La fantasía siempre alimentó la realidad. El ejemplo es el "Agente secreto X-9". Hammett se inventó un argumento que luego dibujó Raymond: los vasos comunicantes de la ficción se hacen transversales, inquebrantables. Pero Raymond tenía la cabeza llena de pájaros. O de extraterrestres. Nace Flash Gordon, lo envía al extremo sideral y, cuando regresa, hay una película que se cuece con banda sonora de "Queen" y todo. "Queen" reinó también en "Los Inmortales". "Flash/ Aaah/, saviour of the universe", canta Mercury en el tema central de la película que tiene por protagonista a un tipo con aspecto de dar collejas a los novatos; un señor cachas armado contra Ming. La cara de Flash Gordon la puso Sam J. Jones, natural de Chicago. Fue en 1980. La primera aventura de Gordon había sido en 1934, ya digo. La película fue un fracaso, pero uno de esos deliciosos. Que se lo digan a George Lucas, que quiso llevar al cine toda esta historia.