Melendreros (Bimenes),

Mariola MENÉNDEZ

Es habitual ver a Amable Vallina encaramado a un árbol, podando, a pesar de haber cumplido «90 años, 6 meses y 23 días». Sorprende comprobar su gran agilidad y salud de hierro, acompañadas de una lucidez envidiable y un sentido del humor como pocos. Él lo achaca a su actividad diaria y a una alimentación saludable.

Quizá parte del secreto de su eterna juventud resida en ese amor que les profesa a los árboles, que le ha valido el reconocimiento de la asociación de trabajadores especializados en poda y arboricultura (Trepa) de Madrid, que el sábado le concederá su «Rodrigón», el premio con el que anualmente distinguen a las personas que destacan por su defensa de los árboles y bosques. En la edición pasada recayó en el periodista Rafael Fraguas, por su trabajo en favor de la naturaleza madrileña.

Fue el padre de este minero jubilado el que le inculcó su amor por los árboles. Recuerda que su afición le viene de la niñez, cuando ayudaba a su progenitor, Luis Vallina, a injertar unos castaños. Sació su interés y curiosidad en los libros y aprendió muchos de sus secretos, quedándose cautivado por el tejo y el misterio que le rodea. Vallina destaca que es considerado «un árbol sagrado, y era alrededor del que se reunían los vecinos». Incluso asegura que fue en torno a uno de estos árboles totémicos de Melendreros donde se fundó el concejo de Bimenes.

A pesar de su edad, Vallina acostumbra a caminar por el monte, y uno de sus refugios es El Texéu de Peñamayor. Ha plantado numerosos ejemplares en su pueblo, Melendreros. Los últimos (cuatro nogales) fueron este año, y acostumbra a hacerlo junto a los bebederos para que las vacas tengan una sombra bajo la que cobijarse cuando beben. En el de La Teyera hay dos fresnos, un roble y un tilo, «el único que no da tila», apunta jocoso este yerbato que dice estar vivo gracias al doctor Fleming, ya que fue su invento, la penicilina, el que le salvó de morir de tuberculosis cuando era joven. En la fuente de El Caleru luce gallardo otro roble y en la de El Acebal, un fresno. De los diez tejos que hay en la localidad, cuatro han sido obra suya. Amable Vallina, que dispone de su propio semillero, cree que «se plantan pocos», aunque en general opina que ahora se cultiva más que antes. «En Melendreros no había ni un frutal cuando yo era pequeño», explica. Desea dejar su huella en la capilla de Velilla con otro tejo «para que quede para la eternidad». Una lesión en una rodilla le impidió hacerlo en enero o febrero, y lo ha aplazado para el año que viene. Confía en que su salud se lo permita. Aunque no es amigo de los homenajes, le satisface el que recibirá el sábado.