Cuando se menta, en algunas conversaciones, el estado de trabajo precario o el paro de las Cuencas, la respuesta suele ser «es lo que hay», o la más cínica «cada palo que aguante su vela». Es la aceptación conformista del cierre y de los ERE en las empresas, es la inevitable fatalidad. Sin embargo, pese al conformismo que se palpa, seis mil (más o menos) personas se manifestaron en Langreo por el trabajo en las Cuencas. En la manifestación se reivindicaron, a mi juicio, cosas justas y obvias.

Hace años, cuando se cerraban empresas, la explicación empresarial era: «Expediente de crisis». Ahora se cambia el nombre, es un ERE. Estas regulaciones en el trabajo son presentadas por las empresas para intentar reducir los costes laborales alegando plantillas sobredimensionadas, caídas en las ventas o, simplemente, no haber alcanzado el nivel de beneficios previstos. Pueden afectar a departamentos específicos o azucararse vinculando al personal de más edad. En cualquier caso, deben ser aprobados por la Administración, en el caso de Asturias por el Gobierno de coalición PSOE-IU o el Ministerio de Trabajo en otras circunstancias, toda vez que los trabajadores afectados pasan a engrosar las filas del paro y cobrar de los fondos estatales. Es la fórmula empleada para que la reducción de costes laborales y el coste de la crisis se socialicen entre toda la clase trabajadora. Es el grosero chantaje al trabajador y, por añadidura, al papel sindical.

No es nada extraño que día sí, día también, nos encontremos con nuevos expedientes de regulación de empleo, algunos, eso sí, rotatorios; anuncios de nuevas reformas laborales o amenazas sobre el futuro de las pensiones. Los ERE son pactados con los sindicatos, con unos más que con otros. Estando, es cierto, en la más estricta legalidad. Sin embargo, aun manifestándose, ayer en Langreo, mañana en Madrid, es normal y legítimo preguntarse: ¿cómo es posible que la ley permita que los empresarios (también unos más que otros), poseedores del capital de la empresa o del paquete determinante de acciones de la misma, puedan tomar decisiones que afectan a la supervivencia y seguridad económica de unos cientos o miles de personas aunque la empresa arroje beneficios? ¿Cómo es posible que las centrales sindicales mayoritarias pacten tales regulaciones y siempre a la baja para la clase trabajadora? El capitalismo funciona así, dicen. Y yo digo: claro está. Cómo, si no, va a funcionar. De ahí, la fatal respuesta: «Es lo que hay».

El espectáculo del capitalismo sigue su curso y no podemos evitar asistir a la función. La crisis actual golpea, sin piedad, por enésima vez. Hablan de razones coyunturales, de avaricias individuales, de falta de ética. Pero no. Es lo anterior y algo más. Es lo innombrable por políticamente incorrecto. Es la lucha de clases.

Una frase que la gran mayoría de la gente de este país debería poner en la puerta de su casa. Y digo la mayoría ya que, al menos, el 60% (o algo más) de los españoles, hombres y mujeres, éstas aún más subvaloradas en lo que al trabajo se refiere, perciben sueldos por debajo de los mil euros al mes. No obstante, los multimillonarios son cada día más ricos y pagan menos impuestos. Así las cosas, y para que la gente no se soliviante, los mensajes que se transmiten consisten en que «todos remamos en la misma dirección porque todos defendemos los mismos intereses»; que no es verdad que haya ricos o pobres, sino que es un don de la naturaleza (algunos dicen que de Dios) el que las personas seamos unas más listas y otras más tontas y, claro, eso conlleva la diferencia «natural» en la posesión de bienes. De tal manera que la lucha de clases es cosa del pasado. Porque, no nos engañemos, «trabajo haber lo hay; lo que pasa es que no se quiere trabajar». Es otra más de las aviesas mentiras de los «neocon». Quien teorice a la contra es un envidioso, un frustrado, un mediocre; además de un progresista casposo, trasnochado y vago.

En las Cuencas, en Langreo concretamente, no hay frustrados, no hay mediocres, no hay vagos. Hay trabajadores afectados por ERE; hay parados y paradas; hay una juventud desamparada frente a la ausencia real de políticas que les permitan avanzar hacia la emancipación familiar y el desarrollo profesional; hay mujeres que continúan incansablemente reclamando y luchado por la «igualdad real» con los hombres; hay familias que no llegan a final de mes; hay? hay?