Los que tenemos el privilegio de convivir con un perro sabemos muy mucho de su concentrado comportamiento rutinario, de su enfado por los cambios o novedades, de su control continuo de los movimientos y estados de ánimo de quienes le acompañamos. Huele el mal humor y lo reprocha largándose al otro extremo de la casa, recogiéndose en un mutismo que sólo quiebran los mimos?, siempre y cuando olfatee que se haya pasado la rabieta. Protesta enrabietado si no se le incluye en las celebraciones cuando le da en la nariz que hay inusitada alegría a su alrededor. Es dueño de unas constantes perrunas que mucho enseñan al humano atento si las sabe ver, mirar, oír y escuchar. Tiene sus ritmos, sus manías, una paciencia infinita y es un maestro constante de la adaptación al medio. Cuidado, pues, con él.

Cuidado no tuvieron los protagonistas secundarios de ¿Fue él?, la inquietante novelita de Stefan Zweig que saca Acantilado. Porque el protagonista principal es «Ponto», un perro al que pasar de rey consentido a plato de segunda mesa no le gusta ni un pelo, por lo que procede en consecuencia o parece que procede en consecuencia o todo hace indicar que procede en consecuencia? o quizá no, como deja entrever el título. Puede leerse (una hora escasa) como cuento de terror o como novela en clave. En el primer caso, dejémonos seducir por la acechanza del Mal, dispuesto a quebrar la paz tranquila de la vida acomodada. En el segundo, leámoslo como un cuento moral sobre la inconveniencia de colocar mal los afectos. También la recomiendo a los ciudadanos anticanes, lamentables individuos a quienes la proximidad de unos ojos bondadosos saca el agrio carácter que de otro modo esconden. Un relato corto, mucho donde elegir.

Y una docena de relatos cortos, mucho más donde elegir. Continúa la colección Debolsillo, de Random House Mondadori, con la publicación de la obra cuasi completa de Juan Benet (ya saben: ese escritor pelmazo, ilegible, plomizo y no sé cuántas chorradas más). Aparece ahora el primer tomo de sus Cuentos completos, todos los que se desarrollan en el espacio mítico de Región, incluyendo por fin los dos de los que se olvidó Alianza Editorial al publicarlos en su momento. Sépase que tres de ellos («Baalbec, una mancha», «Después» y «De lejos») se escribieron en las Casas de Cuitu de la ovetense calle de Uría, cuando Benet trabajaba en la doble vía de Lugo de Llanera a Villabona. Como siempre, la edición y el prólogo pertenecen al gran Ignacio Echevarría, aquel crítico al que defenestró «El País» por no ponderar para bien una novela de Atxaga en Alfaguara, del mismo grupo editorial que el periódico. Y como el epílogo del libro lo escribió un servidor de ustedes, acaso debiera detenerme aquí, porque mal está la alabanza hacia uno mismo y por sus obras los conoceréis, como advierten los clásicos. Pero no quiero dejar pasar la oportunidad de chinchar un poquito a los antibenetianos de guardia, por lo que llamo la atención sobre tres cuentos tan breves como fascinantes: «TLB», «Reichenau» y «Viator». Se liquidan en menos de media hora y dejan la inquietud (son relatos de fantasmas: algo insospechado en la literatura española de la época en que fueron escritos) en el espíritu que sólo consiguen los grandes maestros al envolver el misterio, al no develarlo, función insigne de un escritor. Cambio pelo a pelo el «ambiente», el «aire» del segundo de ellos, por ejemplo, por toda la morralla sociológica, costumbrista y también posmoderna que sale a la venta. Tras leerlos, ya estará preparado el paciente lector para «Una tumba» y la canela fina que es «Numa, una leyenda». Luego crecerá la adicción y serán muy bien venidos al club benetiano, donde se pasa muy bien, se lo aseguro.