Ocurrió lo previsible, aunque por caminos algo diferentes de los esperados. Ganó el Barcelona porque es mejor equipo, pero no lució su mejor fútbol, al menos el más vistoso. Supo, con un abnegado, y a menudo oscuro, trabajo colectivo desgastar al Madrid y asestarle luego golpes decisivos. El equipo de Guardiola fue quien tuvo la verdadera pegada, aunque el Madrid golpeara más; en el segundo tiempo, porque en el primero no puso a prueba a Valdés. Le tiró siete veces con peligro y casi se puede decir que le hizo un favor, pues, cuando muchos le postulan para ir al Mundial, le dio ocasión de lucirse en hora de máxima audiencia.

El Madrid luchó, pero sin sutileza. La que aportó Guti en el segundo tiempo se limitó a dos gotas y no fue suficiente. Al Barcelona, en cambio, le sobró con las cuatro o cinco que destiló Xavi. El líder del centro del campo barcelonista es una obsesión para los entrenadores rivales. Cuatro días antes Wenger diseñó una estrategia para frenarle. Le oscureció, pero no le anuló. Ayer pasó algo parecido. Xavi tardó en aparecer, pero cuando lo hizo fue para fabricar un gol, en una jugada que culminó Messi. Y en el segundo tiempo puso en marcha otros tres. Uno lo terminó de redondear Pedro. Otros dos los hubiera anotado Messi de no mediar Casillas con dos extraordinarias paradas. Sin hacer aparentemente gran cosa, para lo que se espera de él, Messi pudo firmar otro «hat trick».

El partido de perfil bajo resultó rentable, para él, que sigue aumentando la cuenta goleadora y para su sólido equipo, en el que cualquiera lleva en su mochila al bastón de mariscal. Ayer Piqué hizo méritos para que le dieran los entorchados. Incluso le aguantó una carrera de cincuenta metros a Cristiano Ronaldo, cuyo evidente esfuerzo en todo el partido resultó baldío, porque no le respaldó un equipo a su altura. Como el que estaba enfrente.