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Iniesta en la manicura

Cuando España dejó de ser un equipo redondo

La selección española de fútbol ya no es un equipo redondo por la sencilla razón de que nunca lo fue. Eso es imposible. Ningún equipo de fútbol, jamás, ha sido un equipo perfectamente redondo. Ni el Brasil de Pelé. Ni la Holanda de Cruyff. Ni la Argentina de Maradona. Ni la Francia de Zidane. Ni, mucho menos, la actual selección de Brasil de Neymar. ¿Por qué? Porque un equipo de fútbol es un polígono y, cuantos más lados tenga, es decir, más recursos, más talento, más ganas y más banquillo, más se aproximará a la curva. Técnicamente, un polígono con un número infinito de lados se acoplaría perfectamente a la curva. Del mismo modo, un equipo con un número infinito de lados se acoplaría perfectamente a la curva y, técnicamente, sería un equipo redondo. La España de Xavi tuvo, durante muchos años, un número no infinito de lados, pero sí enorme. Después de ganar dos Eurocopas y un Mundial, todo parecía posible para un equipo que impresionaba a los rivales por su impecable apariencia de redondez. ¿Ganar un Mundial por segunda vez consecutiva? Bueno, ¿por qué no? Entonces llegó el gol de Van Persie y el mundo descubrió que España no era un equipo redondo, sino un polígono con muchos lados.

Aristóteles aseguraba que hay muchas maneras de errar, pero sólo una de acertar o, dicho de otra manera, que sólo hay una manera de ser bueno, y muchas de ser malo. Pero el fútbol no tiene nada que ver con la virtud. En fútbol hay muchas formas de acertar y muchísimas formas de errar o, dicho de otra forma, hay muchísimas maneras de perder un partido y otras muchas de ganarlo. España ofreció ante Holanda y Chile un interesante catálogo de formas de perder un partido de fútbol, pero ante Australia se empeñó en dar la razón a Aristóteles y consiguió la victoria de la única forma posible en estas circunstancias. Último partido del Mundial, cero puntos, pésimo juego, hundimiento físico, amenaza de ruina de un modelo que asombró al mundo, algún que otro mal rollo, críticas tan constructivas como un volcán en erupción, ambiente hostil en las gradas y en los sofás. España ya no un polígono con infinitos lados, sino un equipo con los lados rotos. La única manera de abandonar Brasil con una victoria era que España intentara volver a ser España. Que lo consiguiera o no, era lo de menos. Y para que España intentara parecerse a España sólo había una forma: menospreciar el desastre ante Holanda y el horror ante Chile como el romano Mucio Scévola menospreció a sus enemigos.

El rey etrusco Lars Porsena, que pretendía restablecer a Tarquino el Soberbio en el trono de Roma, amenazó con torturar a Mucio, pero fue el mismo Mucio quien puso su brazo derecho en el fuego y contempló, impasible y sin dar un solo grito, cómo se consumía. Mucio trató el fuego, en palabras de Séneca en sus "Cartas a Lucilio", como si alargase la mano en las prácticas de la manicura. Los pases de Iniesta a un enorme Villa y a un, por fin, acertado Torres fueron como poner el brazo en el fuego de un partido tenebroso a la manera de Mucio, es decir, como si alargase la mano hacia la manicura. El partido España-Australia se presentó como una tortura en el fuego que amenazaba con quemar lo que quedaba de una selección que parecía redonda. La única forma de soportar esa tortura era ignorarla. Ignorar el fuego, el dolor, el cansancio, las críticas y las amenazas de Porsena. Iniesta jugó como si estuviera en la manicura y, en algún momento, el polígono español no pareció un polígono.

Mucio perdió su brazo. Es cierto. Y la selección española perdió el billete a los octavos de final del Mundial. Es verdad. Pero Porsena perdonó la vida al valiente Mucio y nosotros, aunque no perdonemos la vida a la selección, nos quedamos con la imagen del valiente Iniesta pasando la tarde en la manicura.

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