Leo una necrológica cuyo titular reza: «Ha muerto Fulano de Tal (nombre supuesto), un hombre justo». Mi aparato deductivo se pone en marcha de inmediato. Ser justo, me digo, deber de constituir una rareza, de otro modo no figuraría en el titular. Sería inaudito leer: «Ha muerto Mengano de Cual, un hombre bípedo». Lo insólito es que, tratándose de un hombre, fuera cuadrúpedo. Lo supuesto se da por supuesto. Ningún médico forense destacaría de un cadáver la existencia del hígado, puesto que es lo que esperamos encontrar cuando abrimos un cuerpo. Si se afirma en letras grandes, en fin, que el fallecido era un hombre justo, se debe a que la justicia continúa siendo una rareza.

Es verdad, no hay justicia en el mundo. Tampoco vamos a discutir por eso. Lo curioso es que cuando uno se adentra en la noticia, advierte que el difunto era juez. No sé si ser justo siendo juez tiene mucho mérito, quizá no. Es como ser músico para el trompetista o escritor para el autor de novelas. La noticia sería que Cervantes no hubiera sido escritor. Y quien dice de Cervantes, dice de Shakespeare. Imagínense que un investigador de Havard hiciera público un hallazgo según el cual el padre de Hamlet no era escritor. Eso sí que sería una bomba. O que Ramón y Cajal no era médico. O que Ortega y Gasset no era filósofo. O que Ana Rosa Quintana no era presentadora de TV. Todo eso sí que merecería un titular de primera de plana. Pero que un juez sea justo parece normal, lo mismo que un piloto sea aviador o que un cocinero tenga el carné de manipulador de alimentos.

El caso es que continúo adentrándome en la necrológica y, cuando llego al final, descubro que uno de sus autores (pues increíblemente está escrita a cuatro manos) también es juez. Es decir, que un juez se admira de que el colega recién fallecido fuera justo. Ahí se explica el refrán de «juicios tengas y los ganes». Con una justicia en la que los propios administradores se asombran de que los jueces sean justos puede pasar cualquier cosa. Y pasan, porque las noticias que llegan de los juzgados son cada vez más preocupantes. Ahora bien, yo me pregunto cuánta gente se ha dirigido a los autores de la necrológica en cuestión para advertirles del disparate que han perpetrado. Y del mismo modo que me pregunto, me respondo sin ambages (qué rayos querrá decir ambages). Nadie. Me jugaría el cuello a que, por el contrario, el autor de la necrológica ha sido profusamente felicitado por sus colegas. Hay que tener mucho olfato y mucha valentía para descubrir, primero, que un juez es justo y, segundo, para gritarlo a los cuatro vientos. Ahí queda la cosa, o lo que sea.

Lejos de cerrar el periódico, o de cambiar de sección, leí la necrológica de al lado, cuyo titular rezaba de este modo: «Willis E. Lamb Jr. (nombre real), físico». Este titular, me dije, está bien. Se pone el nombre y, junto al nombre, la profesión. Imaginemos que a usted, por la razón que sea, sólo le interesan las necrológicas de ingenieros de caminos. Sería una lata que se tuviera que leer todas hasta el punto donde se menciona la profesión. En cambio, si ésta figura en el titular, usted ya sabe, en un golpe de vista, si pertenece o no a su negociado. ¿Que no le interesan los físicos muertos? Pues pasa de página, y aquí paz y después gloria. A mí, por personalizar, no me atraen los jueces fallecidos y no tengo por qué leer hagiografías sobre ninguno de ellos. De ahí que me irritara sobremanera la necrológica con la que comenzaban estas líneas y en cuyo titular no se indicaba la profesión. Decía que se trataba de «un hombre justo» a secas. ¡Un hombre justo!, me dije para mis adentros, qué interesante. Y habría sido interesante si el hombre justo hubiera pertenecido, pongamos por caso, a la mafia.

Dirán ustedes que hablar de un mafioso justo es una contradicción en los términos. Pero si hay jueces injustos (y tal es lo que se deduce de la necrológica en cuestión), ¿por qué no puede haber mafiosos imparciales? A ver qué ponen en el periódico cuando fallezca (Dios no lo quiera) el llamado sheriff de Coslada, cuyo verdadero nombre no me viene ahora a la cabeza. Lo lógico sería que pusiera: «Ha muerto Fulano de Tal, el policía delincuente».

En fin, que todo esto es un lío. De todos modos, que no se me olvide decirles que Willis E. Lamb Jr., el físico cadáver de las líneas anteriores, fue premio Nobel en 1955 por descubrir la «sutileza del vacío cuántico». Con eso está dicho todo. Buenos días.