Samuel Menéndez Trabanco, gijonés de Lavandera, tiene 51 años cumplidos y bien podría considerársele el lagarero mediático de Asturias. Se lo gana a pulso día a día. Si hay en la región un elaborador de sidra que ha despreciado el viejo dicho que asegura que el «buen paño en arca se vende» ése es este fornido hacedor de sidra. Porque en estos tiempos azuzados por la globalización, ningún producto, ni siquiera la mejor bebida regional, se coloca en el mercado sin una buena campaña de marketing. Trabanco, el principal industrial sidrero del Principado, lo entendió hace ya años cuando se empeñó en modernizar el negocio fundado por los abuelos, Emilio Trabanco y Orencia Martínez.

Para este Trabanco, el trabajo es su vida. Trabajo, trabajo, trabajo: nunca para. Trabanco disfruta con lo que hace y le duele en el alma que algunos malpensados confundan a veces esa dedicación con ansias de protagonismo. En las distancias cortas, Samuel Trabanco se muestra como un hombre cariñoso, cercano y humilde. Quienes lo tratan a diario alaban su sencillez, su campechanía y esa forma especial que tiene de estar pendiente de todos sin que se note apenas.

Sus hijas, Yolanda y Eva, y su mujer, Natalia, conforman el trío de mujeres de su vida. También su madre, Alicia, fallecida hace unos meses, a la que se sentía estrechamente unido y cuya pérdida supuso un mazazo para el lagarero. La familia y el lagar son los pilares de su existencia. Y por supuesto Lavandera, la localidad natal de la que no se despega, y de la que gusta hacer bandera.

Tiene Samuel Trabanco el sentido de la austeridad tan metido entre ceja y ceja que jamás tira un trozo de pan a la basura. Lo mismo hace con la ropa. Nada se desperdicia. Samuel es de esos personajes, cada vez menos reconocibles, que no cambian las botas o lo zapatos hasta que están completamente gastados. Cuando tuvo la idea de poner en marcha la marca de sidra de manzana seleccionada muchos pensaron que la iniciativa era una locura. El siguió adelante con la idea y parece que no se equivocó. Los defensores de la bebida asturiana por excelencia aseguran que Trabanco fue un visionario. Se dio cuenta de que para competir es preciso innovar.

Y en esa propuesta empresarial sigue. Esta semana Trabanco inauguró las instalaciones de su nuevo lagar en Sariego. No faltó ninguno de sus allegados al evento. El presidente del Principado, Vicente Alvarez Areces, alabó su trayectoria. El lagarero escuchaba en silencio, como si la cosa no fuera con él, como si los parabienes institucionales fuesen dirigidos a otro. Comedido, escuchar le tienta más que hablar. Lo dice su hija Yolanda, que tras cursar estudios de hostelería se encontró con carta blanca para poner en práctica su aprendizaje y sus iniciativas en el restaurante familiar. Eva, la otra hija de Samuel, se forma como enóloga en Logroño.

En 1988 , este emprendedor de zapatos gastados se hizo cargo del grupo de empresas familiar. En él no se cumple ese fatal presagio, esa ley no escrita pero de frecuente cumplimiento que augura que la tercera generación de un saga empresarial suele echar a pique lo que sus antepasados levantaron con esfuerzo y dedicación. Más bien ha ocurrido todo lo contrario: la empresa ha engrandecido su nombre, su actividad y su prestigio. Samuel está tranquilo porque sabe que la dinastía Trabanco tendrá continuidad. Pero aún quedan muchos años para que se produzca el relevo. Al «superlagarero» de Asturias todavía le resta mucha manzana que mayar.