Incomprensiblemente no se colgó el cartel de «no hay billetes» anoche en el teatro Jovellanos, ante el programa ofrecido. Pero no sólo eso; más incompresible aun es que apenas se cubriera un tercio del patio de butacas. Una vez más, nos preguntamos: ¿qué ocurre en Gijón? Muchas veces es cierto que hay falta de conocimiento en las personas, desinterés, pero ¿para siempre y en todos? ¿Dónde están la inquietud, las ganas de saber, el deseo de descubrir y admirar la belleza? La gente va evolucionando, la experiencia abre camino a la sensibilidad, la música enriquece el espíritu... Pues, nada.

Se presentaba, patrocinado por LA NUEVA ESPAÑA, el concierto de Semana Santa, con los efectivos más selectos que puedan reunirse en este país: Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, Coro de la Fundación Príncipe de Asturias y cuatro solistas de postín, todos bajo la batuta de un director de talla internacional, el inglés Howard Griffiths. El programa, sublime: «Antífonas de la coronación», de Haendel, y la «Misa en Do mayor. Coronación», de Mozart.

Qué lujos se permiten los reyes, cabía pensar. Haendel compuso sus antífonas para la coronación de George II, celebrada en octubre de 1727, y desde entonces esta prodigiosa obra se ha interpretado en todas las coronaciones de la monarquía inglesa. Curiosamente, hemos de decir que los compases iniciales del primer movimiento, «Zadok the Priest», se utilizan en la Liga de Campeones de la UEFA, constituyendo el himno oficial de la Champions League. Quién iba a decírselo a Haendel... Una música del Barroco trasladada a la modernidad por medio de un balón, cuando ni siquiera existía el fútbol. Haendel era un cristiano devoto, de ahí que las raíces luteranas de su estilo musical nos recuerden a Bach, sobre todo en sus obras sacras y ceremoniales.

En la composición escuchada anoche, el coro tiene gran importancia; sobre él recae la magnificencia de lo que se proyectó como una gran solemnidad. Luego, para conseguir tal efecto, nada mejor que el Coro de la Fundación Príncipe de Asturias, que hace tiempo que se ha salido de una valoración convencional para calificar todas sus actuaciones como de gran acontecimiento. Entero y disciplinado, su musicalidad es extraordinaria. Y su belleza, inenarrable, pese a la gran dificultad de esta partitura, en la que se traza un notable entretejido de voces.

En la segunda parte, ante la «Misa de la coronación» de Mozart, aquellas suntuosidades de los reyes desaparecen; esta misa fue escrita para la coronación de la Virgen de la iglesia barroca de Maria-Palin. Es festiva, espectacular, alegre... La entrada del coro en el «Kyrie» nos sitúa ante una gran perspectiva para llevarnos hacia la soprano, en este caso Nuria Rial, dotada de un timbre precioso. El «Gloria» es intenso; el «Credo» enfrentó a los 4 solistas en bellísimos pasajes. El barítono, el asturiano David Menéndez, prodigioso. La mezzo Marifé Nogales y el tenor Albert Casals se mantuvieron al mismo nivel de excelencia, aunque sus actuaciones fueran más breves.

En cuanto al director, Howard Griffiths, no parece británico por la pasión que puso en su trabajo, sobre todo en Mozart, de quien es especialista. Llevó a la orquesta muy bien, se veía que le gustaba; no es tonto. Nosotros no pudimos remediarlo; entre tanta y tan sublime dosis de belleza, echamos de menos la elegancia de la espalda de Max Valdés.