Diplomático y escritor

Gonzalo Puente Ojea nació en 1924 en Cienfuegos (Cuba), donde su padre era cónsul general de España. De familia gallega por las ramas paterna y materna, tras licenciarse en Derecho entró, por oposición, en el Servicio Exterior, en el que desempeñó varios cargos, entre ellos el de Subsecretario de Asuntos Exteriores y embajador de España ante la Sante Sede. Puente Ojea es un reconocido defensor del ateísmo y autor de varios libros de referencia sobre religión y marxismo, entre ellos «El mito de Cristo». Ayer, en el centro municipal de Pumarín Gijón Sur, abrió, con una conferencia, las IX Jornadas Estatales Laicistas.

-¿Cuáles son los males de la nación?

-El pueblo español se ha perdido a sí mismo. Es un pueblo desorientado y se acepta como diagnóstico único y universal la corrupción, el desempleo, la desigualdad social, etcétera. Pero todo eso, en definitiva, lo que dibuja es una situación de pérdida del camino. El español no sabe por donde anda, empezando por los políticos, que lo único que saben muy bien es que ellos están en sus cargos mediante un abuso de poder y, además, pactado por los mismos partidos que hicieron la llamada transición democrática, que ni fue transición ni fue democrática, y de aquellos polvos vienen estos lodos.

-¿En qué parte de la historia España perdió esa visión de nación?

-En primer lugar, claro, en la Guerra Civil, que fue una de las dos o tres grandes estafas políticas del país y donde se perdió más la ruta de lo que era la historia de España y, sobre todo, la denuncia histórica que la República había sentado y demostrado.

-¿Es tan criticable la transición del franquismo a la democracia?

-Fue un pacto entre los que estaban y los que querían estar, y en la clandestinidad negociaron una serie de mínimos para que las dos partes construyeran una situación de ventaja personal. Arranca la transición con esa gran mentira y de espaldas al pueblo español, que se enteró de que había una transición a la democracia cuando le hicieron votar en el famoso referéndum de 1978, que no fue otra cosa que decir a los españoles: o lo tomas o lo dejas. La entrega de los partidos, especialmente la traición de quien tenía la clave para iniciar un modelo distinto, que fue el PSOE de Felipe González, fue sencillamente la frustración absoluta de empezar de nuevo la construcción de una república, que era lo que, en definitiva, exigía cuarenta años de victoria militar. Desde entonces el español ha perdido todo gusto por la política, y quien gobierna es una oligarquía bipartidista perfectamente diseñada y amparada por una ley electoral verdaderamente malévola. Y el PP y el PSOE hacen la misma labor y entregados a la Iglesia, que bautizó la transición desde el primer día.

-¿Es decir, todo sigue igual?

-En efecto, seguimos en la España de siempre, con la diferencia de que en la época actual los países o se modernizan en el sentido real de la palabra o hacen una ficción democrática que mantiene los mismos errores y las mismas miserias del país, pero ahora sin la tradición republicana de la libertad, de un florecimiento intelectual, científico, pedagógico, etcétera. Al contrario, hoy en día hemos vuelto a las clases de religión, una mitología que desde el punto de vista científico es un absurdo que se sigan enseñando a los niños los sacramentos católicos y toda esa historia.

-¿Ve usted un fin de ciclo, el final de la segunda restauración?

-Este ciclo está perfectamente agotado. La primera restauración por lo menos restauró un poco las finanzas, pero la segunda fue realmente una entrega a beneficio del poder. Lo que hay ahora es una mala continuación de lo que hizo Aznar, y este hombre (Mariano Rajoy) lo que nos ha demostrado es que es simplemente un registrador de la propiedad, pero que no sabe nada de política.

-¿Hacia dónde camina la nación?

-Hacia los mismos esquemas de gobierno: un simple cambio de ministerios, ya que el PSOE también está fundido. Se están hundiendo juntos el PP y el PSOE.

-¿Hacia un modelo a la italiana?

-La evolución de la democracia italiana fue más auténtica, tenía una dimensión europea más clara y potente. España no tuvo ese momento, España vivió con líderes de pacotilla.

-¿También los actuales?

-Exactamente, pero desde la transición. ¿Qué es Adolfo Suárez? Para quienes le hemos conocido era un cantamañanas, no era otra cosa, un hombre sin preparación que en su carrera no había pasado de procurador de los tribunales. Un hombre absolutamente vacuo, eso sí, muy amigote del entonces Príncipe. Y por el otro lado, aunque Felipe González acreditó ciertas formas de manejar bien el cotarro, era un chico de buena memoria que se aprendía bien las notas que le pasábamos y tenía, además, el desparpajo andaluz. Realmente no hubo hombres de Estado.

-Con la crisis formidable que atraviesa España, ¿el futuro es convertirnos en los pordioseros de Europa?

-Creo que sí, en definitiva, el porvenir de la industria española es la Unión Europea, y ahí tenemos muy poca capacidad competitiva. Tenemos una clase media de técnicos competente, pero las estructuras que manejan todo eso siguen siendo de una economía de cocina, el turismo y todo eso, con cosas que son subsidiarias en un Estado moderno.

-¿Ve ahora una burguesía liberal que pueda acabar con la monarquía, como en 1931?

-No existe. Tras la Dictadura de Primo de Rivera España entró en la historia moderna con una posibilidad de alternativa de lo que ocurrió hasta entonces. Pero desde el día siguiente de su advenimiento, la República tuvo dos enemigos: el Ejército y sobre todo la Iglesia católica.

-¿Cuál es la influencia de la Iglesia actualmente en los asuntos de España?

-Fíjese usted que el Concordato de 1953 sigue estando vigente y siguen con los mismos privilegios por los acuerdos de 1979. Esos acuerdos son los que hacen flotar, al margen de la Constitución, los privilegios de la Iglesia, que se recogen en el artículo 16.3, cargándose el artículo 14. Fue un «pucherazo» y la inconstitucionalidad de la Constitución deriva de sí misma, fue un autogolpe. Igual que con las atribuciones del Rey, que ha estado manejando todo el cotarro de la política española y se como despachaba con Felipe González y después con Aznar: esto pa tí y esto pa mí.

-¿Se puede resumir todo lo que relata con que el sistema no está corrupto, que la corrupción es el sistema?

-Perfecto. Y por otro lado, el pueblo español ha perdido el camino porque le falta el conocimiento de por qué lo ha perdido. Es decir, porque la corrupción es, en efecto, el sistema.