Vinculada desde niña a proyectos de Acción Católica, como el Junior en la parroquia gijonesa de Espíritu Santo y luego en otros puntos de la ciudad, Cecilia Ureña, 25 años, se lanzó a Chile sin ninguna experiencia previa de voluntariado internacional. Se fue de Asturias con los contactos que le habían facilitado las Ursulinas de Gijón para llegar a Ancud, una de las poblaciones del archipiélago de Chiloé. Allí le esperaba una población "muy rural, que vive prácticamente de la pesca y la ganadería, con mucha población indígena", cuenta. Asegura que desde el momento en que llegó "me sentí como en mi casa". Un colegio de ursulinas, el primero que se fundó en Chile hace 60 años, fue su destino y su cometido, poner en marcha un taller de violín para los niños, además de ayudar en las clases de pastoral.

"Con la música se puede ayudar mucho a las personas", sostiene Cecilia, que aún tiene en su retina lo mucho que disfrutaban los niños con sus clases de Música. "A la población le gusta mucho la música y tienen muchas facilidades para ella, pero en la escuela no había ni instrumentos ni profesores que les dieran clase. Algunos me contaban que siempre habían querido tocar el violín, pero difícilmente hubieran podido tener acceso", recuerda Cecilia Ureña. Aunque el municipio cuenta con orquesta municipal "no todos los niños pueden acceder a ella", explica. Para esta joven avilesina la aventura chilena aún va a continuar, aunque a partir de ahora será una aventura laboral con sueldo, ya que "me han hecho una oferta de trabajo en la orquesta juvenil de la ciudad; no me lo esperaba, pero es lo que más me gusta, dar clases", así que no se lo pensó. Chile es, por ahora, "ese lugar que buscaba en el mundo y que no sabía cuál iba a ser".