Viendo la entrevista al profesor Sosa Wagner, con motivo del libro que ha publicado, «El Estado fragmentado», donde se llama la atención de la política que se está llevando por este incalificable Gobierno socialista, no puedo menos de hacer una breve reflexión, pues me parece que es como un examen de conciencia de este profesor ante la situación de la política actual, y me ha dado la impresión de que muestra como un cierto sentimiento de la culpa que pudiera recaerle por el desastre del que fue su alumno.

Quien conoce a Francisco Sosa Wagner sabe de su simpatía, amabilidad, atractivo y entereza de carácter. Ha tenido siempre una fácil comunicación con el periodismo y con el mundo minero y laboral, y es conocida su inclinación por el socialismo. En el primer Gobierno de Felipe González, cuando «se iba con más cautelas y, sobre todo, que en política autonómica no se andaba con experimentos ni bromas», formó parte del grupo de asesores de la Moncloa; por tanto, conoce profundamente los objetivos, metas y orientaciones del Partido Socialista. De donde es fácil deducir que en su libro muestre un rechazo de los rumbos que ha tomado la actual política socialista, por ello nos dice: «Es justamente lo que yo censuro. La izquierda nunca ha tenido esas veleidades. Jamás en Europa ha sido así. Esto que mantiene la izquierda entre comillas de que "cuanta más descentralización, más progre soy y más pegatinas me pongo" es lo que yo combato abiertamente. Me niego a aceptarlo, porque un planteamiento así sólo puede justificarse por la desorientación ideológica de la izquierda».

Por otra parte, es un profesor brillante como catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad de León; en consecuencia, no explicó a Zapatero el Derecho Constitucional, sino la Administración del Estado. Ahora bien, ambas disciplinas tienen una íntima relación, por lo que, aunque no le explicó las teorías políticas, sí le enseñó cómo es la Administración y cómo debe funcionar, por lo que no extraña la decepción que siente en este momento, pues, dado el carácter equilibrado del profesor Sosa Wagner, se encuentra con el desequilibrio de la política de su alumno, a quien le falta toda sindéresis para comprender la realidad que tiene que gobernar y, lo que es peor, muestra, encerrado en su torre de marfil de la Moncloa, una congénita incapacidad para escuchar la sonora y resonante voz del pueblo.

Comprendo la sensación de fracaso que siente el profesor Sosa Wagner, que de sus enseñanzas en la Universidad de León haya salido tal aberración en la política española. Ahora, sólo me atrevería a aconsejarle que lo lleve con calma, en la historia ha habido grandes maestros que han tenido discípulos lamentables; si no, que se recuerde al gran Séneca, que, a pesar de sus enseñanzas de la persona humana y tener un equilibrio estoico en todas sus actuaciones, tuvo como discípulo a un Nerón calificado de monstruo de la naturaleza por la historia.

Yo lo que pediría a Sosa Wagner, gran maestro e interesado por el progreso del mundo laboral, querido por los mineros a quienes ha ido a darles clase, que, si tiene alguna oportunidad y esperanza de que le haga caso, convenza al Presidente, que ésta no es forma de gobernar una nación, que sus sueños infantiles no son para llevarlos a la práctica, pues no gobierna un campamento juvenil, sino una complicada nación; que no existe sólo su descabellado pensamiento de las autonomías y que esas teorías no son las que le enseñaron, pues, en realidad, no sabe si está jugando con naciones independientes, estados confederales o ideas abstrusas de política, pues le vuelan por la cabeza conceptos imaginarios sin base social, como la expresión de nación de naciones, ya que es difícil admitir que el todo y las partes sean iguales. Las autonomías ya fueron definidas en la Constitución y, aunque están mal delimitadas y se necesitaría una nueva regulación, especificando las competencias irrenunciables del Estado y las transferibles a las autonomías, no es el momento de hacer una reforma con la quimera que sueña el Gobierno. Con razón se lamenta nuestro profesor de que «se está haciendo hincapié en todo esto del Estado multicultural, en la nación de naciones, y en todos esos conceptos que son grotescos, porque en España tenemos un fondo cultural común muy evidente. Ahora bien, no somos una nación de naciones, pero pasito a pasito lo seremos. Si lo que queremos es mirar nuestras diferencias y orillar lo que nos une, no dudemos de que estamos en el camino. Se trata sólo de seguir y dividir cada vez más, hasta llegar a cada pueblo. Pero sepamos que este camino sólo nos lleva al desastre. Nos lleva a una España desfragmentada».

Por fin, lo que podías hacer, Paco, tratándote con confianza en esta conclusión, si es verdad que puedes hablar con Zapatero, es convencerle de que dimita y deje pasar a un nuevo equipo con una mente equilibrada que gobierne la única nación de España y, conforme a un pensado programa, establezca un proceso que avance por las sendas que necesita una sociedad moderna, mejorando en materia de derechos humanos, bien entendidos, pues han tenido muchos años de elaboración para que ahora nos venga a hacer una interpretación mezquina y disparatada; que se fomente una enseñanza y una cultura sobre nuestro ser histórico, y no según una República que no hizo más que lesionar derechos humanos, y promueva una economía que enraíce en los fundamentos que ya están trazados para poder llegar al nivel europeo.

Juan Goti Ordeñana es catedrático emérito de Universidad.