Doscientos años después y apenas unas citas retóricas, porque ¿cómo recordar el punto de arranque del nacimiento de la España moderna si ahora está agudamente en cuestión la misma existencia de España?

Oigo patria tu aflicción. Nada por aquí, nada por allá, así que la celebración de una de las tres grandes gestas españolas -las otras dos son, evidentemente, Covadonga y el Descubrimiento de América- quedará emparejada con las noticias sobre las caravanas del largo puente, los navajazos en el PP -ya casi ex PP o mejor PSP-, la juerga que se deben de estar corriendo los piratas somalíes con la millonada que les dio el Gobierno y las nuevas revelaciones de las atrocidades del monstruo austriaco, que, visto lo visto, estaba rodeado de una legión de vecinos silentes y, por lo tanto, tan monstruosos como él por cómplices y complacientes pasivos.

Para la efeméride, el presidente Zapatero está regalando un libro sobre los afrancesados. Han ganado, vaya si han ganado.

En Trafalgar nos quedamos sin escuadra por ir de la mano de los franceses; tres años después, aquellos aliados nos invadieron, dejando España convertida en un solar; sin barcos y arrasados, perdimos el imperio en un parpadeo; a los pocos años, y disfrazados esta vez de Hijos de San Luis, volvieron a invadirnos los gabachos... nunca nos dejaron en paz, jamás lo harán.

Cuando, con la Restauración, España por fin levantó cabeza aparecieron unos misteriosos movimientos separatistas precisamente en los dos territorios con frontera francesa; cuando solucionamos los problemas en África, unos republicanos afrancesados abrieron aún más la puerta al separatismo; cuando de nuevo cogimos fuerza, allá por los años sesenta, otra vez surgió el separatismo, ya abiertamente terrorista, y con sus bases operativas en Francia.

Nunca nos dejarán en paz salvo que alcancen su eterno objetivo: la desaparición de España. Están a punto. Quizás así nos dejen vivir... jibarizados.