Aunque las unidades de medida estándar son utilísimas a nivel científico, los seres humanos solemos reemplazarlas por otras más particulares cuando tratamos de hacernos una mejor idea de lo que significan determinadas cantidades. Lo vemos fácilmente con el dinero. La gente mayor que conocí en mi infancia no utilizaba las pesetas (moneda oficial entonces) en sus cálculos mentales. Para las cantidades pequeñas, calculaba en reales (veinticinco céntimos), y para las grandes, en «mil duros» (cinco mil pesetas). Y algo parecido sucede ahora con los euros. Hoy mismo leo que los sobrecostes de El Musel superan los doscientos cincuenta millones de euros, pero me cuesta imaginar lo que esto supone. Incluso si lo convierto en más de cuarenta mil millones de pesetas sigo sin poder interiorizarlo. Necesito utilizar otros elementos de comparación. Puedo pensar, por ejemplo, que no llegan al centenar los españoles cuya fortuna supera esta cifra. O pensar que con eso se podría hacer una autovía de La Espina a Ponferrada. Eso sí que me da una idea más precisa de la magnitud del «error de cálculo» cometido.

Esos elementos de comparación los utilizamos con todas las magnitudes. Supongamos que queremos cuantificar el peso político de Asturias en el conjunto nacional. Podríamos utilizar medidas como el número de representantes en el gobierno o la financiación por habitante, pero no nos dirían nada. Claro que tampoco es cosa de medirlo en kilos, pero, ya ven, esos doscientos cincuenta «kilos» de más que van a ser necesarios para tapar el agujero del puerto sí que pueden servirnos para comparar. En otros casos similares (quizá no tan escandalosos) acaecidos en otras autonomías, el asunto se catalogó como «deuda histórica», «ajuste presupuestario» o cualquier otra zarandaja de éstas y el estado se hizo cargo del asunto. Aquí parece que, de momento, nos van a sacar las castañas del fuego con un préstamo, pero eso dista mucho de ser una solución definitiva. Porque, si no me equivoco, en el concepto de préstamo va implícito el de devolución, y ya veremos qué sucede cuando llegue ese momento. Cierto que para entonces los responsables del desaguisado ya estarán disfrutando tranquilamente de la jubilación, pero hipotecar el futuro de una infraestructura como ésa para tapar lo que, siendo bien pensado, es un monumental error de gestión me parece vergonzoso. Y, desde luego, viendo que todo lo que sacamos en Madrid son apaños como éste y promesas sin fecha, está claro que el peso político de Asturias no se mide en kilos sino en gramos.

Claro que eso era de esperar. Así como en física la presión que ejerce un cuerpo suele depender de su peso, en política sucede lo contrario. El peso de cualquier comunidad depende de la presión que puede ejercer. Y la presión que ejercen nuestros políticos en la capital es inexistente. Dudo que ninguno de nuestros representantes haya pegado jamás un puñetazo en la mesa en Madrid si no fue jugando al tute. Estoy seguro de que algunos de los que llevan allí un montón de legislaturas aún tienen su mesa intacta y habrán dicho «¡Amén!» más veces que un fraile jubilado. Sacando estos mansos a la plaza, no es de extrañar que cualquier muletilla se atreva a torearnos. O nos agenciamos unos cuantos mihuras o nos acaban metiendo puyazos hasta los aguadores.