A la oposición en este país siempre se la ha acusado de atizar la caldera política y de no plantear alternativas en las situaciones difíciles. Mariano Rajoy, sin embargo, quiere en estos momentos ejemplarizar lo contrario. Ha pedido calma y, para librarse del segundo sambenito, dice que no entra en sus planes responder con ocurrencias a las ocurrencias del Gobierno. El líder del Partido Popular asegura que está dispuesto a gobernar desde este mismo momento y si no fuera porque esa es la alternancia lógica en la política española sus palabras sólo servirían para aumentar nuestra inquietud.

En la actualidad sólo hay dos maneras de pasar de las palabras a los hechos. Para participar en las decisiones y en las ocurrencias, el PP tendría que entrar a formar parte de un gobierno de concentración, siempre y cuando los socialistas estuviesen dispuestos a plantearlo. O ganar unas elecciones, toda vez que Zapatero decidiese adelantar la convocatoria de 2012. La grave coyuntura ha permitido formular las dos posibilidades, pero eso no quiere decir que vayan a cristalizar. Las tendremos, eso sí, hasta en la sopa, porque para algo en la política española persiste la idea de amagar y no dar.

Los guerristas han pedido el gobierno de concentración que permitiría tomar con responsabilidad compartida las medidas económicas que el socialismo no se atreve en solitario y alcanzar las elecciones con un desgaste proporcional entre los dos principales partidos. Los populares, a los que compartir la expiación de las culpas de sus adversarios no les debe de hacer gracia, hablan de la conveniencia de adelantar la convocatoria electoral confiando en que las actuales circunstancias y la campaña adecuada les permitan llegar al Gobierno. Este tira y afloja, lo van a ver, será el guión más recurrente de ahora en adelante, todo ello ocurrentemente aderezado. La oposición siempre tendrá la oportunidad de dejar claro que lo suyo no es responder a las ocurrencias con otras. Pero ¿se le ocurre algo?