Ojalá nunca aturdan la agilidad de tus alas y llegues siempre puntual a los terrenos de la Tierra. Y te sigas posando sobre la superficie de las flores, con la sonoridad de tus tonos silvestres, en el ramaje de los árboles, en las orillas de los ríos, en el plumaje de los pájaros más nuevos, en los comienzos de los frutos, en la blandura de los brotes, en la simplicidad del césped.

Nunca se le dé al hombre por encerrarte en sus vidrios caprichosos, en sus viciosas urnas, y desglosar tu luminiscencia ni averiguar tus fértiles partículas ni analizar el polen de los repartidores dadivosos de tus trenes. No te conmuevan sus promesas, no te persuadan sus ofrendas. No quiera tutelarte para destruirte, preservarte para romperte, resguardarte para extinguirte. No envidie tu libertad y tus cíclicos aconteceres. No pretenda aniquilarte con la excusa pacífica de protegerte.

Sea mayo el preludio de tu lento desenlace, abril el andén de tu simiente. Marzo, por los años de los años, el espacio de tus detonaciones en la rubia presencia de las mimosas, en la brisa que sueltas, fresca y limpia, con sabor como a sed y adolescente. Sean tuyas, tuyas sólo, las tardes más hermosas, la claridad del cielo y el canto conyugal de los jilgueros. Tuyos los repechos de prímulas y musgos en las proximidades de las límpidas fuentes. Para ti la espesura de los helechos tiernos y el silbido del mirlo en la concavidad de los amaneceres.

Vengan contigo el ensueño de la rosa, tan dócilmente fugitivo; la timidez brillante de los lagartos, el «dulcemargor» del pomelo y del arándano, del níspero y de las cerezas. Seas eternamente quien fuiste y, de momento, eres: la esparcidora de orígenes y de esplendor, la iniciadora de la naturaleza. Sigas con tu empeño en las crisálidas, en las vísperas de los escarabajos y las luciérnagas. Prohíbe que te amputen, no los dejes.

Ojalá no posesionen tus milagros, ojalá no estanquen tus desbordamientos, ojalá no se apropien de tus iniciaciones ni de tu voluntad ni de tu verde. Ni de tus bayas carnosísimas ni de tu maternal benevolencia ni de los cereales que disperses. No permitas jamás que los humanos manejemos tus épocas ni decidamos tus turnos ni soltemos tus reinas, tus avispas ni fabriquemos panales ni nos entrometamos en la íntima razón de tus esquejes. No lo vean ni tu independencia ni nuestras presunciones insolentes.