El otro día había gente que se partía de risa mientras Zapatero casi lloraba explicando las medidas de ajuste. Que se jodan, decía una señora, a eso de la media tarde, delante de un café con leche y dos tortitas con mermelada. No pude oír lo que dijo luego pero, por el regocijo y los aspavientos, era fácil adivinar que la señora celebraba que los desfavorecidos tuvieran su merecido. La señora y alguno más, pues me consta que no eran pocos los que estaban al acecho, esperando por un momento así. Gente que consideraba un desatino que el Gobierno repitiera, una y otra vez, que no estaba dispuesto a recortar los gastos sociales. Hasta ahí podíamos llegar. Sólo faltaba que los pobres se fueran de rositas y superaran la crisis sin tener que pasar por el aro. Sería un mal precedente porque lo relevante de las medidas no es su contenido, sino la percepción de que la crisis tienen que pagarla los que la pagaron siempre. Sería fatal, para la buena marcha del negocio, que la gente se reafirmara en lo que piensa: que el déficit público no fue, ni es, la causa del problema, sino su consecuencia.

Vaya palo, pensaba yo. La izquierda, una vez más, ha tenido que plegar velas y avenirse a las exigencias del capitalismo. Créanme si les digo que me sentía desamparado. Lo curioso fue que, para mi sorpresa, apareció Mariano Rajoy como caído de un árbol. Hasta hace dos días todo parecía indicar que esas medidas era lo que reclamaba el PP con machacona insistencia. Estaba convencido de que les había oído decir que Zapatero tenía que dar un paso al frente con la tijera en la mano. Pero, una de dos, o estaba equivocado o han vuelto a tomarme el pelo; porque Rajoy se puso hecho una fiera y defendió, como nadie, mantener y mejorar las prestaciones sociales.

No entiendo nada. No entiendo que la derecha se haya vuelto de izquierdas y la izquierda actúe como lo haría el PP si estuviera en el Gobierno. Tengo un lío que no me aclaro. Un lío que alimenta la sospecha de que quienes mandan, de verdad, no son los que elegimos en las urnas sino esa tropa de especuladores y chantajistas que hicieron negocio metiéndonos en el pozo y siguen haciéndolo al precio de ofrecerse para sacarnos.

Tanto da que gobierne el PSOE como el PP o Rita la encantadora; sabemos lo que nos espera. Y, lo peor de todo, es que lo sabemos por boca del «Washington Post», que fue el que anunció, antes de que lo hiciera el Gobierno, que teníamos que ponernos a dieta. Pero nada de pescado blanco y carne a la plancha; ajo y agua. Eso decía el periódico: «Europa, como precio por su salvación, debe reescribir el contrato social pues, desde la posguerra, ha sido muy generosa con los trabajadores y los jubilados».

Ahí queda eso. Da lo mismo que nuestra gordura fuera la gordura del pobre: una barriga incipiente con piernas de alambre. No importa, nos han prescrito ajo y agua. Tenemos que adelgazar de hoy para mañana. No queda otra. Y, a todo esto, el PP, como siempre, picando entre horas.