Lo primero que advierte en nuestra sociedad el observador que llega de fuera es su peculiar arcaísmo, le parecemos como era el resto de España hace algunos años. Del mismo modo, cuando se pregunta a los asturianos que viven y triunfan extramuros qué es lo que nos pasa y cuáles son las recetas, todos señalan lo mismo: nuestro atraso. He aquí uno de los últimos diagnósticos, el de Alberto Canteli Suárez (La Nueva España, 22/07/10). «Desafortunadamente, la realidad es que cada vez estamos más aislados del mundo, tenemos una de las poblaciones más viejas de Europa y en los últimos años nos hemos convertido en una de las regiones más estancadas de España desde una perspectiva sociodemográfica y económica». Y, después, señala algunas de las causas de ese retraso: lo inadecuado de las recetas económicas y el arcaísmo de nuestros grupos dirigentes-dominantes.

Debo señalar, ante todo, que yo nunca he creído que Asturies tuviese históricamente un problema de aislamiento. No lo tuvo en los orígenes del Reinu; no lo tuvimos después, a partir del siglo XVIII, en que hemos estado a la cabeza en los procesos de industrialización y extracción minera. No, nuestro problema es otro, más bien: el de los intereses de los grupos dominantes y el de los discursos que esos grupos dominantes «imponen» al conjunto de la sociedad. Y, junto con ello, cara inextricable de la misma moneda, la ausencia de preocupaciones propias colectivas y la carencia de un discurso endógeno, problema que se ha convertido en un cáncer durante los últimos siete lustros. Esa componente social y política realimenta nuestra pobre estructura económica (alto paro, baja ocupación, tardía incorporación al trabajo de los jóvenes y escasa de las mujeres, limitada innovación, etc.) e impide que mejore.

Ese es nuestro verdadero aislamiento: una mentalidad y unos discursos que, de un lado, se empeñan en mirar al pasado y en sostener lo insostenible aun reconociéndolo como tal (a ese respecto, las entrevistas que este periódico viene publicando los domingos con gente de una larga experiencia vital son aleccionadoras); que, de otro, no se producen de acuerdo con la realidad asturiana ni concordes con las necesidades de los asturianos, sino que son mera repetición de los discursos e intereses originados o en otras partes del Estado o para, aparentemente, el Estado en su conjunto. Sociedad, pues, ensimismada en el pasado como fórmula de trazar el futuro y, al tiempo, mero reflejo especular de los discursos y las necesidades exógenas. De ese arcaísmo alienado y alienante se benefician unos cuantos que, al tiempo, consiguen inmovilizar a la sociedad haciéndola creer que no existe otra salvación que aquella misma que los condena al atraso, a la falta de crecimiento económico y a la resignación. El corolario de todo ello, en otro orden de juicios, es que no existe una «opinión pública asturiana» per se, que el análisis y el juicio mayoritario de la opinión en Asturies provienen de los discursos y modas dominantes en el Estado.

Ello explica, en parte, sin duda, los resultados de la última encuesta del CIS, el que los asturianos sean los españoles más críticos con el Estado de las autonomías, lo que no es otra cosa que la reiteración de un machacón discurso que ha venido concurriendo con la crisis en la mayoría de España y que se complementa con la total ausencia histórica de discurso autonomista de los grandes beneficiarios de la estructura autonómica en Asturies, los partidos centralistas, especialmente, los mayoritarios. Que, a ese respecto, las respuestas de los asturianos sean las más semejantes a las de los madrileños lo dice todo sobre esa ausencia de opinión pública endógena.

Y para que no crean que esta explicación peca de parcial o de interesada, mediten ustedes en que ese discurso «antiautonomista» convive con la plena satisfacción de los asturianos (asentimiento casi rayano en el papanatismo) con su sanidad, su educación (autonómicas) o sus carreteras dependientes del Principado, pero no con la atención del Estado en su red viaria.

Del mismo modo, si ustedes acuden a la mentada encuesta y buscan la pregunta 22, donde se interroga al encuestado cuán orgulloso se siente de ser de su nacionalidad o región, hallarán que los asturianos nos sentimos «muy orgullosos» de ello en un 68,7%, mientras que los gallegos lo son en un 52,9%, los castellanos-manchegos en un 42,2%, los catalanes en un 50,5%, los vascos en un 34%, los navarros en un 42,9%, contestación que reitera un alto sentimiento de identificación que viene siendo constante en las encuestas desde hace décadas. Sólo nos superan, en ese orgullo identitario, Extremadura, Murcia y Andalucía.

¿Qué significa eso? ¿Cómo se compadece con lo anterior? Vayan a preguntárselo a los que ximielguen les asturines al ruxir del motor de Fernando Alonso, al compás de los regates de Villa en Sudáfrica o al sorrollar de Samuel Sánchez en el Tourmalet.

P.S. El trato en infraestructuras de los socialistas en Asturies, sencillamente insultante; la decisión de trazar el tercer carril de la «Y» por la mediana de la autopista, lacerante. ¿Y qué va a pasar? He ahí otra encuesta, pero ésta no en palabras, en hechos.

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