«Para que haya aduladores es menester ser dos: el adulador y el que se deja adular. Ortega, como el personaje de Giraudoux, hace llevar sus defectos a sus propios amigos; lo que en él hayamos de tolerar, en gracia de otras cualidades, es insoportable en los acólitos y edecanes que se surten de sus opiniones y de su vocabulario para representar un papel». (Azaña).

Me cuesta entender que se haya venido soslayando el enorme componente literario que hay en la vuelta de Cascos a la política. El que fuera ex vicepresidente del Gobierno con Aznar regresa a Asturias en busca de un triunfo electoral que, hasta el presente, sólo obtuvo más allá de Pajares como secretario general de un partido que ganó las elecciones en España tras 14 años de gobiernos socialistas. El recién nombrado presidente de Foro Asturias dio en su momento el salto a la política nacional sin haber obtenido en su tierra una victoria política. Y, para optar de nuevo a tal reto, se encontró con otro escollo: el partido en el que militó tantos años le negó encabezar la candidatura. Así pues, para optar de nuevo a la Presidencia de Asturias, pagó también el peaje de una ruptura ruidosa y traumática. El regreso a Ítaca está plagado de tropiezos, es inevitable.

La trayectoria de Cascos estuvo siempre marcada por la adulación y la hostilidad, sin términos medios, sin juicios sosegados, sin asomo de ponderación. Lo novedoso, si es que así pudiera considerarse tal cosa, es que algunos de los que fueron antiguos panegiristas se convirtieron, a resultas de la polémica de su vuelta a la política, en irreconciliables enemigos que no encuentran nada positivo ni en su trayectoria ni en su discurso. Pasaron, si se me permite la hipérbole, de considerarlo poco menos que el gran romanizador de Asturias, a negarle lo que hizo por su tierra cuando formó parte del Gobierno de España. Un mero vistazo a las hemerotecas ilustraría esto que digo de forma abrumadora y sonrojante.

Parece que va en el guión que la presencia de Cascos agite la vida pública asturiana. Así sucedió cuando se produjo la defenestración de Marqués en la que el ex ministro de Fomento tuvo el principal protagonismo, pero que contó también con colaboradores imprescindibles que ahora se muestran escandalizados por aquello.

Además de ese componente literario al que me referí, la vuelta de Cascos al escenario donde comenzó su carrera política, sí que trae novedades con respecto a épocas anteriores.

El desencanto en la masa potencial de votantes de izquierda viene de antiguo. Sin embargo, no hace muchos años era impensable que, a resultas de ello, el señor Cascos pudiera captar parte de ese electorado. Sin embargo, sea en mayor o menor número, el 22 de mayo lo tendrá. Y ello no significa que haya habido grandes cambios en la ideología del político del que venimos hablando, sino que, antes bien, las mudanzas y las sorpresas proceden de una izquierda cuyas políticas no se compadecen muy bien con sus siglas. Tanto el PSOE como IU, que insisten en la derecha rancia que Cascos representa, tendrían que preguntarse por qué se ven en la necesidad de combatir a un político tan alejado de sus ideologías.

Esta tierra, en la que los partidos no estatales nunca tuvieron una presencia parlamentaria significativa, sufre a día de hoy la crisis y el paro de manera más cruenta que otros territorios, factor que no es beneficioso para la continuidad del bipartidismo. En ese sentido, las referencias que hizo Cascos a Melquíades Álvarez en su discurso en Pruvia son pertinentes en tanto el que fuera líder del Partido Reformista combatió la que Ortega llamaría vieja política del bipartidismo de la Restauración canovista.

La presencia de Cascos supone una amenaza al bipartidismo, que hasta ahora fue omnipresente y hasta omnisciente, máxime desde que IU decidió convertirse en la práctica en una especie de segunda marca de un arecismo que vive un período agónico marcado por el despilfarro y los escándalos.

Así las cosas, tengo para mí que, en este regreso a su Ítaca, cambió mucho más Asturias que el propio Cascos, lo que no le impide al político conservador incorporar a su discurso cebos para un descontento del que son principales responsables los partidos que vinieron gobernando esta tierra. Y, en este sentido, hay otra cuestión en la que apenas se ha insistido: en clave española, Cascos es un político que representa al PP más derechista; en clave asturiana, sin embargo, hay otras lecturas muy vinculadas a lo que significó Fraga en Galicia en el sentido de que se le considera un político con el peso suficiente para poder ser escuchado en Madrid por parte del Gobierno de turno en ese momento. Y, en cuanto a su discurso supuestamente asturianista: fuera de aquí parece no entenderse que el asturianismo no es necesariamente nacionalista, menos aún en su caso, sino que se trata de algo muy distinto como es que Asturias exista y tenga sitio en España. Y no va errado a la hora de conseguir votos si se vincula con ese clamor.

Si su admirado Jovellanos, según la certera observación de Julián Marías, tiene estudiosos pero apenas cuenta con lectores, Cascos, que, más que de seguidores, está rodeado de forofos; más que adversarios, quienes lo combaten son enemigos.