Era cuestión de tiempo que las revueltas populares se extendiesen fuera del ámbito de los países islámicos porque el hartazgo ante la opresión y las desigualdades no sigue pautas religiosas. Le ha llegado el turno nada menos que a China, con las protestas masivas de Zengcheng, ciudad que pertenece a la provincia cuya capital es Cantón. Igual que ha sucedido con otros estallidos de violencia ciudadana, fue un episodio en apariencia nimio, el maltrato de la Policía a una muchacha en plena calle, el que ha desencadenado los disturbios. Pero la diferencia es mucha porque, si cualquier movimiento popular supone una amenaza al statu quo que marca las pautas de la globalización, lo que pueda sucederle al gigante chino sacude de lleno el núcleo mismo de la economía mundial.

Las razones para que los ciudadanos chinos protesten de manera masiva son muchas y harto conocidas. La práctica totalidad de las manufacturas, partiendo de las textiles, lleva hoy la etiqueta de «made in China». Esa omnipresencia carece apenas de excepciones: da lo mismo que se trate de prendas de calidad ínfima, como las que se venden en las tiendas de todo a cien, o de las de las firmas más glamourosas del pijerío internacional. Afecta a las computadoras y a las bombillas. Nada escapa a la ley del mercado llevada hasta sus últimas consecuencias porque China consigue los precios de producción más bajos que pueden encontrarse hoy y quienes se dedican al comercio no atienden a ningún otro criterio. Pero la razón de esa productividad gigantesca resulta también transparente: los trabajadores chinos quedan sujetos a condiciones tampoco muy alejadas de las de la esclavitud. Los sueldos son bajísimos, por no decir miserables, las condiciones, leoninas, y cualquier cosa relacionada con los derechos sociales, inexistente. Ante semejante panorama, el estallido popular es fácil de predecir a poco que se relajen los controles dictatoriales con los que el poder, en China, ha mantenido bajo opresión a los ciudadanos desde mucho antes de que Mao Zedong impusiese el comunismo en el país.

La revuelta de Zengcheng apunta hacia la corrupción, los precios abusivos y, en suma, las diferencias brutales que existen entre la élite y los trabajadores. Pese a los intentos de un régimen que quiere incluso controlar internet, será difícil que la oleada de protestas no se extienda hacia otros lugares del enorme país. Y si éstas logran, aunque sea sólo de forma parcial, cambiar las cosas, las consecuencias del cambio son impredecibles hoy por hoy, pero apuntan de lleno a la choza de paja en que se ha convertido la economía globalizada. Sin los productos chinos a precios tirados, la panacea del consumo se tambalea. Y cuesta poco entender que una situación tan maltrecha como es la de la crisis global de estos años empeoraría aún más con la muerte de la gallina china de los huevos de oro. Habrá que decir adiós al sarcasmo que nos permite comprar las zapatillas deportivas a coste ínfimo a la vez que cerramos los ojos para no ver quiénes las hacen.