En Asturias hay 100.000 parados, el PP aprueba una reforma laboral que nos llevará a los 120.000 parados en sólo unos meses -y a escenas como la de Grecia donde los niños se desmayan de hambre en clase- y a los populares asturianos sólo se les ocurre preocuparse por el futuro laboral de dos de sus conmilitones y cocarnetarios, de Espinosa y Aréstegui, coroneles de aquella batalla disparatada por fracasada que llevó al partido conservador a perder la mitad de sus escaños.

La ciudadanía da la espalda a la clase política, a la que abiertamente ya denomina casta precisamente por estas cosas, por la insensibilidad brutal, por enviar de cabeza a la gente al Tercer Mundo -sin un debate, sin nada de nada: puro dictado- y encima preocuparse, como se ve en Asturias, sólo por la suerte de dos o tres personas y no por el porvenir de 100.000 -y los que caigan- protagonistas en primera fila de un drama terrible.

El PP astur, encima, ejecutó ayer, en apenas una hora, lo que había propuesto hace dos años Francisco Álvarez-Cascos, que de aquélla sólo se ganó insultos, desprecios y cacicadas. ¿En qué quedamos? ¿Van a ir ahora en peregrinación hasta Suárez de la Riva a pedir disculpas y ofrecerle el trono del reino astur?

El trono, que es silla de trabajo, se decidirá el 25 de marzo y creo que lo peor que le podría suceder a este PP desmañado sería tener un buen resultado, porque eso implicaría responsabilidades y ya me dirán cómo un partido así puede asumir el peso de la gobernación y encima siendo sucursal del Gobierno central, que ha decidido enviarnos de cabeza a 1912 para tener contenta a la sargento de hierro Merkel.

Lo que sea sonará, no hay duda, pero en todas las hipótesis imaginables la máxima prioridad debe ser para esos 100.000 parados. Si los dirigentes asturianos del PP creen que es más importante Merkel, allá ellos, porque los votantes seguro que no piensan así y, como tal, se manifestarán en las urnas en marzo.