El Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) afronta estos días una pequeña revolución con la llegada de setenta nuevos profesionales y la marcha de otros tantos que ocupaban el sitio de manera interina aunque llevasen muchos años de ejercicio. La mayoría de los médicos que se incorporan provienen de otros hospitales. Acceden a plaza fija en el centro de referencia de la sanidad asturiana mediante un concurso de traslados en el que el criterio de asignación viene determinado únicamente por la antigüedad, los años dedicados al servicio público. Las habilidades no cuentan. De ahí que buena parte de los casos correspondan a facultativos con larga experiencia pero en la recta final de su carrera.

Toda persona tiene derecho a su progreso laboral. El HUCA es un destino apetecible, el colofón. Pero también, como buque insignia de la atención asturiana, un centro de referencia, en constante innovación, que requiere en muchas áreas un conocimiento especializado y aplica técnicas imposibles de aprender en otros centros. La incorporación de tanto personal por traslado siempre genera disfunciones. No porque los nuevos carezcan de valía, sino porque tienen que formarse y tardan tiempo en dominar los requisitos de sus estrenadas funciones. Eso, en puestos críticos en el operativo quirúrgico, compromete las prestaciones.

No es un debate fácil y se presta a tergiversaciones torticeras. Quienes defienden adjudicar las plazas por antigüedad, los sindicatos fundamentalmente, aseguran que los beneficiarios son personas capaces y sufrieron ya una dura selección superando unas oposiciones, cosa que no han hecho todavía los interinos a los que desplazan. Consolidar el escalafón en función de la veteranía, argumentan, es un dato incontestable, frente a la subjetividad en la valoración de méritos a la que puede conducir el amiguismo o las predilecciones del responsable correspondiente. Desgraciadamente la legislación vigente, que no distingue entre mamandurria injustificada y eficiencia, viene a darles la razón, invalidando aquello que no sea numéricamente objetivable. Quienes cuestionan el método, algunos cargos del Hospital, sostienen que en una disciplina en constante evolución no puede ser idéntico el baremo para decidir el traslado de un celador que el de un especialista. Convertir a los médicos en funcionarios, reflexionan, supone un atraso agravado porque existe el riesgo de que los que arriban no deseen ponerse al día, y actualizar sus conocimientos tampoco resulta sencillo.

Hablamos siempre de procesos a perfeccionar para ofrecer a los asturianos una medicina eficiente y en la vanguardia. De acertar en la elección del profesional más brillante para cada función, nunca de poner en tela de juicio la valía de los médicos con derecho a traslado, de la que nadie duda. Hay en España, y en Asturias, una transición todavía pendiente: la de pasar de una sociedad de enchufismos y prebendas a otra de meritocracia. En campos fundamentales, como la enseñanza o la justicia, ocurre lo mismo: el merecimiento cuenta poco. La regeneración pendiente empieza por un cambio de mentalidad también en los ciudadanos, acostumbrados a dar por normal este estado de cosas y a pensar que lo importante es lograr el cobijo de un árbol clientelar.

Los sindicatos repudian la valoración de méritos porque eso, aunque sea lo justo para mantener una sanidad avanzada, les resta poder y rompe la igualdad. Ese sindicalismo castrante es el que domina la política regional y nacional. Si no hay políticos valientes que sepan enfrentarse a estos grupos de presión y actuar en bien del interés general, iremos al precipicio. Si no hay mandos intermedios coherentes, sin miedo, dispuestos a exponer los problemas que atañen a su responsabilidad, acabaremos sumiendo el Hospital en la mediocridad. Pero, claro, tienen que existir igualmente medios de comunicación independientes, capaces de enterarse de lo que realmente ocurre y comprometidos con sus lectores para contarlo. Como LA NUEVA ESPAÑA hizo estos días informando de los traslados y dando voz a unos y otros para razonar sus posiciones.

Ahora sólo procede mirar hacia adelante. El HUCA es una oportunidad para Asturias, una suerte en las actuales circunstancias de escasez de recursos, a pesar de fallos y dificultades. Seguramente ninguna otra comunidad tendrá un equipamiento de sus características en mucho tiempo, lo que lo convierte en algo excepcional. No podemos desaprovechar la ocasión, ni la puerta paralela que se abre para convertir la región en punta de lanza de la industria y la investigación biosanitaria.

La culpa de la polémica por los traslados no la tienen los médicos que después de una vida dando lo mejor de sí mismos buscan legítimamente otro destino. Habrá que inventar los cauces adecuados para que lo obtengan. La culpa la tienen quienes impiden que los derechos de los trabajadores puedan conciliarse con la calidad del gran hospital de todos los asturianos. Quienes organizan, por ejemplo en la Junta, teatrillos de nula eficacia sólo para retener cuotas de poder electoral, en vez de sentarse a pactar los cambios que consoliden una sanidad sostenible y de primera. Con los médicos de mayor experiencia, pero también con los mejores.