Ha muerto Aurelio Argel y con él se va un gigante de la crítica musical hecha en Asturias. El folk de aquí no se entiende sin él. Hasta el punto de que sus conocimientos sobrepasaban, incluso, al de los propios protagonistas de la escena. Uno podía dejarse caer por la presentación de un disco de "Tejedor" en la SGAE, por ejemplo, y encontrarse con Aurelio, en el turno de preguntas, improvisando una pequeña tesis sobre las influencias de tal invitado en el trabajo y la relación que pudiera guardar con el uso de cierto compás nada frecuente en el corte que cerraba el disco. Y los "Tejedor" contestando: "No sé, Aurelio, lo sabes tú mejor que nosotros".
Era Argel enciclopédico por lo minucioso y lo profesional. En los primeros tiempos de los premios AMAS, lo recuerdo bien, se encargaba de redactar la sección sobre la cosecha folk, y el número de páginas y discos analizados superaba siempre, sin fallo, el de la suma de todas las otras escenas restantes incluidas en aquel anuario. A Aurelio no se le escapaba disco ni concierto. Sonaba la flauta y no era casualidad que Argel se enterara y dejara constancia.
En "Música para raptar princesas", el programa desde el que ponía en práctica este rigor de crítico musical, como también lo hizo en este periódico, Argel destacaba también por su voz cavernosa, macerada en barrica de maderas nobles. Era un hablar profundo, nunca tonante. Porque tenía Aurelio esta condición rara y ambivalente de ser grande y rotundo a lo lejos pero frágil y soñador en la distancia corta. Era un romántico desubicado al que, creo, le faltó cariño y le sobró amor.
Ahora que ya no está me gustaría imaginármelo como el caminante sobre el mar de nubes del famoso cuadro de Caspar David Friedrich, mochila a la espalda, su inseparable pipa entre los labios y dirigiendo una última mirada al horizonte mientras suenan los últimos acordes y todas las princesas se escapan del castillo.
