Llanes, M. TORAÑO

Hoy se cumple un año de la muerte de Ignacio Noriega, el gaiteru de San Roque de L'Acebal. En la mañana de aquel 6 de noviembre de 2009 el comentario por las calles de la villa desde bien temprano era unánime: «¿Te enteraste de lo de Ignacio?», se preguntaban unos vecinos a otros. Y es que, a pesar de sus 85 años y de que una larga enfermedad lo había apartado meses antes de su actividad musical, la noticia del fallecimiento de Noriega pilló de sorpresa a la mayoría de los llaniscos. Días antes de morir, en la edición de «Llanes al Cubo» de ese año, fueron muchos los vecinos de numerosos pueblos del concejo los que se reunieron para bailar un pericote en su honor al ritmo que marcó José Ángel Hevia.

Precisamente, el famoso gaitero villaviciosino volvió este año a Llanes, en agosto, para tocar esa pieza propia del folclore local durante las fiestas de San Roque y le dedicó a Ignacio Noriega la canción «Bendita la Reina», el himno de Covadonga, que también había tocado en su funeral. El verano pasado el veterano músico ya había cedido el testigo de las romerías y fiestas populares a Manolín Vela «el de Poo» -quien le acompañó al tambor durante 12 años- y a Pablo Torrescano. Los dos jóvenes continúan la labor del maestro y están presentes en tantos actos como se les requiere.

Ignacio Noriega, nacido el 21 de agosto de 1924 en San Roque, se inició de manera autodidacta en la interpretación, con una gaita gallega que compró cuando hizo el servicio militar en Zaragoza. Aquella fue la primera, pero pronto sería sustituida por la asturiana; él mismo trataba los cueros de los cabritos utilizados para fabricar los fuelles. Noriega recorrió todos los pueblos del concejo y de los alrededores de la comarca con la gaita bien agarrada y siempre con la fiel compañía del tamboritero.

La villa de Llanes cuenta desde la semana pasada con 69 nuevas placas que dan nombres a numerosas calles que no tenían denominación. Una de ellas es la de Ignacio Noriega. Es una vía peatonal, discreta, como era él, pero estratégicamente situada: a pocos metros del céntrico puente de Llanes, a mitad de camino entre las sidrerías de las marismas y las calles de bares nocturnos, con un gran trasiego durante las noches de los fines de semana y, sobre todo, en verano. Una calle viva para mantener en el recuerdo a quien se empeñó en conservar lo más significativo del folclore llanisco.