Alfredo Martín, «El Roxu», estaba contando las horas que faltaban para ir a una corrida de toros en Santander. Como todos los años, pasó aquel 18 de julio de 1936 en la fiesta de Santa Marina, que en esa ocasión se presentaba algo menos animada de lo habitual (hacíase notar en la comida campestre la ausencia de familias burguesas). «¡Nos vemos el domingo en el autocar de los Moranes!», le comentó a uno. Alfredo y su hijo Vicente volvían después andando desde Parres por Pancar y, a la altura del antiguo hospital, se cruzaron con Modesto Estefanía, que les dio la gran noticia del siglo: «¡Estalló la guerra...!». A El Roxu, al oír aquello, le salió del alma la resignación ante lo inevitable: «¡Ya nos jodieron los toros del domingo...!».

Igual que El Roxu, Juan Manuel Dorado Caneiro, «Tito», fue uno de los mejores aficionados taurinos que ha dado la villa llanisca, sin olvidarnos de Pedro Pérez Villa («El Sordu»), y, también como El Roxu, podría haber dicho algo parecido: «¡Nos jodieron los toros en Llanes!». Desde lo de Arestín (Cue, años setenta), los clarines ya no suenan aquí ni en playback.

Guardaba Tito como oro en paño un viejo recorte del semanario local «El Pueblo». Era un editorial de agosto de 1931 que defendía la fiesta nacional: «Una de las cosas que más se echan en falta es la instalación de una plaza de toros», concluía el periódico progresista. Con la excepción furibunda del poeta bablista Pin de Pría, siempre se había visto aquí el arte de Cúchares como un esmengón a la vida económica. De hecho, los distintos consistorios republicanos supieron apostar fuerte y con inteligencia por el auge de la lidia en Llanes y emprendieron la reforma del coso (El Rinconín), que languidecía a las afueras de Llanes.

Tito, camionero de toda la vida, hablaba de toros con el temple característico de los hombres curtidos al volante de tráileres. De jubilado, contaba las cosas con medidos énfasis, como un abuelo que narra cuentos en las noches de tormenta: «La primera plaza de toros que hubo aquí estaba en La Concepción, oísti Genín, al lau del palaciu de la Marquesa; el proyectu lu había hechu un arquitectu apellidáu Rivero. Se inauguró en 1894, en fiestas de La Magdalena, con Mazanttini en el cartel, que no sé si oísti hablar alguna vez de Mazanttini, Genín... La plaza tenía forma poligonal, y el redondel era de más de cuarenta metros de diámetro. Cabían en ella cinco mil espectadores, pa que lo sepas».

De estas historias sabía más que nadie: «La colonia asturiana en México organizaba corridas para celebrar la fiesta de la Santina. En 1901, un tal Cue y un tal Somohano hicieron el númeru de "don Tancredo"; y al añu siguiente, los indianos José Pancho, Manuel Abascal y Manuel Noriega pagaron una corrida en la que torearon rapaces apellidaos Mijares, Pandal, Bustillo y Noriega, todos de por aquí, ¿qué te parez?».

Pero lo que le había tocado a él más de cerca fue lo que pasó después de la guerra, cuando un grupo de aficionados, encabezados por Carlos Posada y Antonio Miguel Dosal, constituyó la Peña Taurina Llanisca, a mediados de los años cuarenta. En aquella etapa se organizaron unos cuantos festejos, y el encargado de ir a buscar las reses a la estación y de arrastrar sus cadáveres en el ruedo a ritmo de los «Suspiros de España» y de llevarlos luego al macelo municipal era Juan Dorado Orraca (1908-1962), el padre de Tito. Este antecedente familiar era una de las cuatro cosas de las que más presumía nuestro hombre. Las otras eran ser de Llanes, ser del Cuetu y ser de La Guía. Tito ha muerto hace unas semanas, a los 77 años de edad. Todo Llanes presumía de él y de su amistad.