Hace una semana tuvo lugar en Ribadesella, al aire libre, un encuentro entre diversos selleros en torno a la idea de la fiesta de las Piraguas. Había sido anunciado como tertulia, aunque resultó ser algo más parecido a una suma de pequeñas conferencias que a un diálogo, que brilló por su ausencia. ¿Entretenido? Sin duda, pues se contaron algunas anécdotas más o menos interesantes. ¿Eficaz? No me lo pareció, francamente, pues no vi que hubiera objetivos concretos sobre el tapete ni muchas ganas de plantear asuntos relevantes. ¿Conclusiones? Pues yo debo de ser muy obtuso, pero no vi ninguna. De todas formas, estoy convencido de que de las Piraguas hay que hablar en enero, cuando aún hay tiempo a plantear los asuntos piragüeros que afectan seriamente a la sociedad e intentar resolverlos. Hacerlo a estas alturas parece más bien un brindis al sol, que este verano nos acompaña generosamente.

Yo creo que se mezclaron dos asuntos muy distintos en la convocatoria: por un lado, se convocó a personalidades de distintas facetas del Sella (organización, palistas, árbitros, historiadores, empresarios, aficionados, prensa...) para que contaran su visión de las Piraguas y, en ese sentido, los ponentes cumplieron, aunque casi ninguno metió los dedos en la llaga. Y por otro lado se citó a los riosellanos para que recuperaran su protagonismo en la fiesta, pues en los últimos años Ribadesella no pinta gran cosa en el manejo de la fiesta, como es obvio y evidente. En realidad esto ya era así desde los años setenta, cuando cayó en manos de un club privado de Arriondas, y simplemente se agravó en 2011, con los cambios en la organización que acabaron de laminar la presencia riosellana, hoy irrelevante. Increíble, pero cierto.

Refiriéndome al primer asunto, el de la tertulia, creo que no sobraba nadie en la vasta mesa de ponentes, aunque sí creo que faltaban algunas piezas importantes en todo este tinglado, que va mucho más allá de la parte deportiva. Los ponentes hablaron cada uno de lo suyo y me sorprendió que no hubiera ideas de futuro sobre la mesa ni un diálogo entre ellos ni con el público, lo cual resultó algo decepcionante, habida cuenta de la mucha tela que hay que cortar en las Piraguas. ¿Qué pinta, sin ir más lejos, que se instalen las barracas diez días antes del Sella, ocupando el mejor aparcamiento de la villa? Los turistas, cabreados por no encontrar sitio para dejar el coche, simplemente se van a otro sitio. Y en Ribadesella seguimos brindando al sol. ¿Y qué pinta ese campamento de chamarileros ocupando toda la fachada portuaria? Después hay quien se queja de que se hable de lo cutre de las Piraguas, pero ese título nos lo estamos ganando a pulso. No me cansaré de repetir que el modelo a seguir debe ser el que ya conocimos el Día de Asturias de 2010 en Ribadesella, con una organización, unos contenidos festivos y un compromiso (económico y organizativo) del Principado con la única fiesta de interés turístico internacional de Asturias. Lo que se está permitiendo ahora es realmente cutre, Calo Soto tenía toda la razón.

Casi todos evadieron los temas candentes y siguieron la tónica del primer interveniente, el presidente del Codis, que fue la de echar balones a la banda y esperar el pitido final. Tan sólo amagaron remates a puerta Calo Soto y Maruja Valdés, que expresaron cosas que muchos comparten, aunque ambos fueron neutralizados rápidamente para que el partido acabara con empate a cero. ¿Habría sido distinto si no hubiera estado allí el presidente del Codis? ¿Se habría hablado más? ¿Habrían asomado los temas de los que se habla en voz baja en la villa? Probablemente sí, pero ya nunca lo sabremos. Las oportunidades que no se aprovechan se pierden para siempre.

Pienso, y no es de ahora, que la fiesta de las Piraguas le queda grande al Codis, un organismo que cumple con la parte deportiva pero que ha permitido que decayera el resto de la fiesta, pues se muestra año tras año incapaz de abarcarla (y tal vez de comprenderla) en toda su dimensión. Y seguramente no es por culpa suya, sino por la ausencia de una verdadera comisión de las Piraguas que asuma y organice la parte festiva, folclórica y filosófica del evento. Esa comisión debería estar abierta a la sociedad, tal como también esbozó Calo -aunque nadie quiso entrar al trapo- y en esa hipotética comisión debería recaer la recuperación del espíritu olímpico de la fiesta, el espíritu que le impregnó el gran Dionisio de la Huerta. Y no hablo del «olimpismo chorizo» de algunos mandatarios corruptos, sino del olimpismo clásico griego y panhelénico, tal como algunas veces ha predicado (en el desierto) Pepe Zapico. Ahí están las raíces de la autenticidad de esta fiesta y ahí hay que buscar en tiempos de crisis para reencontrar su sentido. Más Platón y menos Prozac.

A la postre, tras el fiasco de la tertulia (que no fue tal), lo más esperanzador del encuentro fue el intento de la tertulia «El Garabato» de organizar a los selleros locales para acudir unidos a las Piraguas; ahí, al fin, se vio un objetivo concreto del encuentro. Tras las ponencias los presentes bailaron en la explanada del final del paseo de la Grúa una danza prima improvisada, acompañada de cantos locales compuestos para la ocasión. Quieren bailarla en Arriondas antes de la salida de las piraguas y estaría bonito, la verdad, pues sería una manera de recuperar un poco del antiguo espíritu sellero, tan venido a menos en estos tiempos intransitivos de «botellón» y sinsustancia. Ya con el sol poniéndose por la Punta del Pozu, los romeros regresaron a la villa por el paseo de la Grúa en el tren turístico, engalanado como un convoy de las Piraguas en miniatura. Sin duda, fue lo más vistoso de la jornada.