Soprano, interpreta a Ginevra en «Ariodante»

Pablo GALLEGO

Verónica Cangemi ha cambiado el verano austral por el húmedo invierno ovetense sólo por una razón, la ópera. Desde el próximo lunes, y con dos hijos que la esperan para Navidad, la soprano argentina dará vida a Ginevra en «Ariodante». Los ensayos para el estreno asturiano de esta obra de Haendel -tercer título de la Ópera de Oviedo, que cuenta con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA- le han dejado ya a esta especialista en el repertorio barroco, con 20 años de carrera a la espalda, una herida de guerra justo donde esa parte del cuerpo pierde su nombre. «Me llevaron al médico, pero sólo tengo un morado aquí», bromea mientras lo señala, fruto de una caída de altura en escena. Su debut en el Campoamor -con un personaje que, asegura, tiene mucho de su personalidad- viene acompañado de un sueño: volver a cantar en el Liceo de Barcelona, donde no ha vuelto tras ganar el «Francisco Viñas».

-Mucha gente dice aburrirse con las óperas del Barroco.

-Puede ser. Pero es que a mí me gusta muchísimo, y cuando la gente empieza a descubrir el mundo de la ópera barroca, que también es teatro y bel canto, le gusta, y mucho. Aunque también depende de quién lo dirige y de quién lo hace.

-¿En qué sentido?

-El Barroco está dividido en dos partes. Los directores que sólo quieren un sonido blanco cargado de ornamentos, y los que quieren cantantes que además hagan teatro, como Jacobs, Minkowski o el propio Marcon, que logran que la obra sea creíble para el público.

-Con la complicidad de la escenografía y de la dirección.

-Ambas tienen mucho para ver. David Alden tiene a la gente en permanente tensión. Cada movimiento y cada acento tiene una consecuencia teatral que sigue la lógica de la música.

-¿Es más difícil triunfar en el Barroco que en Mozart o Puccini?

-Según como se mire. Pero lo que sí es cierto es que la crisis ha hecho mucho más difícil conseguir trabajo en el repertorio barroco que en otros.

-Usted tocaba el violonchelo antes de dedicarse al canto. ¿Alguna anécdota le ha hecho querer estar en el foso en lugar de sobre el escenario?

-No. Es que a mí me gusta mucho estar arriba (ríe), amo el teatro. Con el tiempo y la madurez, uno entiende que lo importante para llegar al público es disfrutar de la función. Y si un agudo se corta, se corta.

-¿Queda sitio para los divos que dicen «no» a la explosión del teatro en la ópera?

-El hecho de sentirse divo es algo que para mí está totalmente errado. Cuando un cantante reacciona de esa manera es porque tiene cierta inseguridad. Quien se siente seguro en escena, convencido de lo que está haciendo, no necesita decir «yo soy el divo, esto es lo que quiero y el movimiento es mío», sino que se adapta a sus límites físicos y vocales. Aunque es cierto que algunos directores obligan a cantar de una forma en la que no ayudan al cantante, y el público lo nota. Y se queja.

-¿Qué siente en ese momento?

-Es difícil. Pero al público hay que escucharlo, porque paga por el espectáculo. Contra el que ya viene malhumorado de casa poco podemos hacer. Pero con el resto, si el público reacciona así, por algo es. Pero con los críticos no me enojo. Al contrario, me ayudan.

-¿En qué punto ve a Argentina hoy?

-En el último. Estoy un poco triste por mi país. Estamos pasando una crisis bastante dura y me da mucha pena por el arte. Yo he podido realizarme como profesional gracias a España y a Europa. En mi país no podría.

-¿Cómo ve el futuro?

-Sinceramente, espero que tras la crisis se le dé más peso al arte. Porque más allá de la economía y lo material, es lo único que nos salva el espíritu, lo que consigue que el espectador sea capaz de volar dos o tres horas y dejar sus problemas atrás. Y lo que hace que nosotros tengamos trabajo.