El pasado 25 de marzo el crítico musical Cosme Marina alertaba en «La burbuja», artículo aparecido en LA NUEVA ESPAÑA, sobre el riesgo que en este tiempo de crisis suponen los elevados «cachés» de las estrellas del género que han llegado a quintuplicar en Oviedo lo que percibían en otras ciudades europeas también melómanas. Dos días después, Jaime Martínez, presidente de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera, declaraba a su vez a este diario «estar ilusionado con la nueva temporada, que busca mantener la calidad y reducir los costes», mientras el periodista informante de los planes para la nueva temporada dejaba claro que «del recorte presupuestario sólo se han salvado las cinco óperas programadas».

Puestas así las cosas, además de confirmarse la advertencia de Cosme Marina, al que sólo cabe objetar la tardanza en difundirla, queda claro que también en el mundo operístico (aun manteniendo el segundo reparto en dos títulos) la crisis pasa factura a los de abajo, a los que más lejos han estado de provocarla, a los participantes de todas las actividades realizadas «alrededor de» las representaciones en las que los cantantes todavía no consagrados podían encontrar la ocasión de dar a conocer su talento. Habida cuenta del desequilibrado reparto gubernamental de subvenciones a las temporadas de ópera, pastel del que por arte de la magia política de los partidos mayoritarios catalanes y vascos se llevan la mayor parte, ¿no es añadir mayor injusticia que la escandalosa aportación de fondos públicos a la temporada ovetense -nada menos que el 39,5 por ciento de los aproximadamente 4 millones de euros- no implique la obligación de promover a los jóvenes valores de la lírica empezando por los más cercanos? Y después, ¿resta algo por hacer? Pues sí: revisar a la baja sin contemplaciones los honorarios de divos y divas. Seguro que la mayoría aceptará el sacrificio. El amor al arte puede con todo...