"Moha" choca las cinco con varios chicos antes de entrar en una de las aulas de la Fundación Vinjoy. Ocupa su puesto junto a la maestra y vela por el buen comportamiento de unos niños que proceden de familias con dificultades socioeconómicas. Participa en todas las actividades, e imparte charlas. Los pequeños le siguen absortos. La historia de este auxiliar de educador social de 21 años de origen marroquí les engancha igual que las aventuras del mago Harry Potter. Pero hay una diferencia; la lucha contra la discriminación, el viaje a lo desconocido, la estancia en un laberíntico edificio lleno de chicos especiales, o la recompensa al esfuerzo son de verdad y no una invención de J.K. Rowling. Mhand Agoultim se ha ganado el apelativo cariñoso de "El profe Moha" tras un periplo de seis años que le llevó de la falda del Atlas a Oviedo en busca de un futuro mejor.

"Veía llegar a mi pueblo a antiguos vecinos montados en cochazos y con ropa moderna que habían emigrado a España y contaban maravillas". "Moha" explica en una sola frase las razones que le impulsaron a marcharse con 15 años de Tinghir, una ciudad al pie de las montañas en la que, con mucha suerte, la agricultura y el comercio son las únicas salidas profesionales de una población acostumbrada a subsistir con el dinero de los parientes que están en Europa. Él quiso formar parte de ese grupo "selecto", así que diseñó una hoja de ruta, hizo el petate y se fue.

La primera parada fue la casa de uno de sus tíos en Tánger, donde acortó distancias con su objetivo. Pensó cómo cruzar los 16 kilómetros que separan Marruecos de la costa española asomado a uno de los miradores de la medina, en la plaza Mechoir, y optó por ir en barco a Algeciras. "Prefiero no hablar del viaje, fue muy duro", dice por toda explicación.

Un centro gaditano de menores inmigrantes se convirtió por unos meses en su primer hogar español. La estancia le sirvió para aprender un castellano básico: Hola, gracias, comer y dormir, eran todo su vocabulario.

La larga nómina de tíos, primos y amigos de "Moha" hizo posible que saltase a Barcelona y a Bilbao mientras se daba cuenta de que "había idealizado España, que no había trabajo y que el dinero no aparecía de la nada". El director de un hogar del País Vasco le aconsejó poner rumbo a Oviedo. "Me dio confianza porque era bereber y no me miraba mal". El chico de Tinghir estaba cansado de ser el blanco de miradas de recelo y de que las mujeres aferrasen el bolso al verle.

Entró en el Materno Infantil acompañado por la Policía Nacional. "Fui yo mismo a comisaría a pedir que me llevaran". Estuvo allí tres meses con una veintena de chavales "de todas partes". Para el auxiliar de educador social, fue una experiencia enriquecedora: "Aprendí mucho español, hice amigos y diferencié aún más el bien del mal".

Las obras de reforma del Materno le obligaron a trasladarse a Colloto, donde cumplió 19 años y se matriculó en el IES de Pando. Con los libros en la mesa, se formó como albañil y experto en alicatado con la esperanza de conseguir empleo. Un amigo le habló del taller "Desde la calle", de la Fundación Vinjoy, para ayudar a chicos en riesgo de exclusión. Ahora tiene un contrato en prácticas, en septiembre trabajará con 15 chavales de alto riesgo y está a punto de ir de vacaciones para ver a su familia. Es feliz.