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Los orígenes del cambio sufrido por el barrio histórico

El primer rescate del Oviedo Antiguo empezó en un bar

Crónica del inicio de la "movida" ovetense que revitalizó en los años 70, al menos por las noches, un barrio que era marginal

Hoy tiene jueves de botellín, cuando los camiones cargan lo que se bebe en el fin de semana, y viernes y sábados de botellón en la calle y copas en los pubs. En los últimos 40 años el Oviedo Antiguo pasó de ser un territorio marginal a ser el centro de la noche ovetense. El día es otra cosa.

Antes de ser el Oviedo Antiguo era el Oviedo Viejo porque era Oviedo y estaba viejo. Un casco urbano estrecho, sucio y sombrío con poca población y envejecida. Había algunas tiendas antiguas de cosas anticuadas, una de antigüedades (Esperanza) y algunos bares, grandes como Las Mestas, de vino y percheros; pequeños como La Barrina, de aguardiente y chocolate de pota que revolvía el dueño, Ernesto, sobre la chapa de la cocina de carbón, y de sidra como El Gato Negro, con un retrato de Franco que desafió a la democracia durante años. Bares con vino leonés para viejos de palillo y para universitarios de barba, guitarra y quena. En el Cecchini, debajo de Mon, un clásico casi de subsuelo que llevaba Conchita, se bebía vino y se cantaban asturianadas.

El Fontán tenía mercado los jueves y los sábados y a diario vendía a las amas de casa del centro pero no tenía el prestigio de hoy. La fachada de San Isidoro era negra como el interior de una chimenea de Londres, la plaza del Ayuntamiento lucía poco y en Cimadevilla el Garal y el Sevilla facilitaban el parchís y la charla. Frente a ellos, la Casa Masaveu estaba abierta de esa manera cerrada que define al local, a la empresa y a la familia.

En la primera mitad de los años setenta del pasado siglo, no se iba al Oviedo viejo, aunque se circulaba en coche hasta el pie de la Catedral. Había un tránsito católico por la plaza de la Catedral y uno universitario que llevaba hasta la facultad de Filosofía y Letras en la plaza de Feijoo. No se llegaba a la plaza del Paraguas si no había a qué ir; no se iba a Trascorrales salvo a comprar el pescado a la plaza, fría y hedionda, y no se entraba en Salsipués (Ildefonso Martínez). Al final de la calle Oscura estaban las casas de putas con nombres elegantes como el Montecarlo o exóticos como Caribe y Sandokan, oscuras como trampas. Desde la calle Magdalena, bajando por Marqués Gastañaga y todo el Postigo hasta el Campo de los Patos había una ruta venérea de prostíbulos sórdidos. Al final del franquismo, en las calles entre ese tránsito sacerdotal y universitario y el putañero, empezaron a abrir pubs, unos bares "modernos" en los que se bebían copas oyendo música fuerte que no se bailaba. Vinilo témpore.

Belarmino y el "Tigre Juan". El Oviedo viejo tuvo un colono de la hostelería: Belarmino Álvarez Otero, hijo de la dueña de la pensión Nieves, en la calle Fruela, donde se hospedaban las artistas de Los Monumentos y del Yuma, los cabarés del Naranco. "Berlarmo" o Mino rondaba los 40 años cuando abrió "Tigre Juan", en el número 16 de la calle Mon, antes de las fiestas de San Mateo de 1975. Había estudiado Derecho y era buen lector, de ahí el guiño a Pérez de Ayala y Oviedo del nombre. El pub tenía un piano pequeño a disposición de quien supiera tocar y fue el primer patrocinador del premio literario "Tigre Juan", creado en 1977 por Emilio Alarcos Llorach, Juan Benito Argüelles, Juan Cueto, José María Martínez Cachero, Jaime Herrero, Pepe Grossi y el propio Berlamino.

Álvarez Otero tenía un socio, Alejandro, que se dedicaba a los seguros y, en vista del éxito, abrieron La Regenta, con referencia clariniana, más espacio y mejor decoración, en la calle Ildefonso Martínez, Salsipués. Fue en 1979. Alejandro se marchó a Canarias y los socios separaron los negocios: Belarmino quedó con "Tigre Juan" y Alejandro le regaló "La Regenta" a Zarra, un camarero del Pelayín, profesional muy conocido, que lo retuvo poco tiempo. Zarra vivía encima de La Exquisita, en Trascorrales, una churrería del alba, que se llenaba cuando echaban a los habituales de El Suizo, el cabaré de la plaza de Riego donde debutaba Carlos Blanco.

El Tigre tuvo un declive a principios de los ochenta y cuando Chema "el gaiteru" regresó de París, de hacer creer a media Europa que sabía tocar la gaita, su amigo Belarmo le ofreció explotar una barra pequeña de la entrada. Así José María González Díaz, conocido en Químicas y Filosofía como "Chema el de Ceceda", el que hoy es "Chema el de la Mar del Medio", pasó a ser "Chema el del Tigre".

Por entonces, Belarmo ya tenía en la calle de la Rúa, La Rúa Ruera, un local con un friso dibujado Germán Madroñero con el alzado del Oviedo Antiguo y el Xuantipa, en el callejón del Museo de Bellas Artes, en sociedad con un cuñado.

Belarmino atrajo gente al Antiguo y está en el origen de otros pubs y en la formación de otros profesionales que luego se independizaron. Se mató en un accidente de tráfico en septiembre de 1986, volviendo de Llanes. El Tigre cerró en 1996.

Casa María y los vinilos de Pire. El Oviedo viejo tuvo un pionero. Eugenio Pire, un veinteañero que abrió Casa María respetando el nombre de un viejo bar del Postigo Alto, pero al que puso la música más vanguardista -"Pink Floyd", "King Crimson" y lo que fuera llegando de Londres en redondo vinilo- y un equipo con un amplificador Quad que ofrecía un sonido más limpio y bajos contundentes.

Eugenio Pire (Eugenio Guallart Rodríguez-Pire) era nieto de Lucas Rodríguez Pire (1900-1989), catedrático de Química en la Universidad de Oviedo, descubridor del peso atómico exacto del carbono, base del sistema de datación del carbono 14, y creador del complemento dietético Menem, que fabricaba La Cibeles, y con el que las ovetenses combatían a cucharadas el envejecimiento celular. Eugenio, que había estudiado en el Loyola y jugado a baloncesto escolar con éxito pese a su estatura media, cultivaba un aire de lobo de mar en tierra, pelo ensortijado, bigote, pelliza, campera. En un local muy pequeño hizo el bar de ambiente más moderno, quizá el primero que sacó a la gente a beber las copas a la calle, aprovechando la impunidad de la zona y el murete de asiento que parte de su fachada. En él integró a la primera pandilla gay chic, con el ambiente de la avenida de Galicia, de Oliver y de Dickens y los "jipis" que miraban hacia Ibiza tanto como él?

Pire acabó rompiendo amarras con Oviedo y dedicándose a la navegación. En los años noventa, después de aventuras trasatlánticas y caribeñas, al timón del "Toro", partió de Gijón para remontar el Amazonas y hacer consultas odontológicas entre los indígenas y denunciar en video la destrucción de la Amazonia acompañado de un dentista vasco, un submarinista madrileño y dos amigas asturianas. Actualmente se dedica a la navegación recreativa en Marbella y Ceuta.

El "reggae" de Casa Matías. El Postigo Alto hizo ruta cuando abrió Casa Matías, uno de los primeros sitios donde sonó el "reggae". Lo regentó Matías, un Vigil-Escalera hijo de un alcalde franquista de Siero, "enrolladísimo" para decirlo en el viejo argot. Matías, un tipo de encanto huraño, dejó la hostelería hace más de veinte años, vive en el concejo de Nava y pasa por ser un artista de las plumas para pescar.

En medio de aquel beber, el hostelero Fernando Martín abrió el restaurante Trascorrales en lo que había sido un almacén de fruta. Fue el 2 de febrero de 1976. El hijo de los dueños del bar restaurante Pelayo, después 12 años de profesión, varias discotecas de éxito y un restaurante en Argame, pasó a ofrecer las cenas más exquisitas y modernas a precio de escándalo en un local con todo el encanto interior, casi secreto, en el bajo de un edificio ruinoso de una plaza desapacible. Tenía 36 años y quería "ser él". Llegaría a ser premio nacional de Gastronomía y a tener una estrella Michelin.

Trascorrales dio su primera respetabilidad burguesa al Oviedo Viejo y Fernando Martín abrió el Postigo en sociedad con Alberto Platar. Los Platar tenían distribuidoras de cine (Plata Film e Hispamex) en Madrid, desde las que movían películas de destape. Alberto, había abierto la boîte Top Ten con un socio de Bilbao y la discoteca Canary en Oviedo con los hermanos Martín, Fernando y Juan Miguel. El Postigo lo llevó Jorge Ronderos, cuñado de Fernando Martín, un personaje inolvidable de la hostelería que siempre sabía el último chiste de Oviedo y Gijón y decía la hora exacta sin tener reloj.

El Paraguas de Fernando Lorenzo. El personaje carismático del nuevo Oviedo Viejo fue Fernando Lorenzo a partir del 20 de enero de 1978, cuando abrió El Paraguas en la plaza del mismo nombre, esquina con la calle Ecce Homo. Sólo el carisma explica que 36 metros cuadrados, incluidos dos baños, una barra pequeña metida por cinco mesas y taburetes de la casa de los enanitos de Blancanieves, una decoración inapreciable y una música de gusto mixto -ahora rock, ahora boleros- se convirtieran en un espacio lleno de humo y encanto al que acudió el ambiente más bohemio y cultivado, sobre todo a partir de la fundación de Tribuna Ciudadana y de los premios "Príncipe de Asturias". El Paraguas era el pub y era la plaza, con terraza formal o con la gente sentada entre los coches aparcados. Allí aliviaba su insaciable sed el poeta Ángel González cuando regresaba a Oviedo. Fernando iba a buscarlo al aeropuerto.

Fernando Lorenzo, moscón crecido en Oviedo, tenía 38 años cuando abrió el local. Huyendo de un puesto de chupatintas en la Unión de Explosivos venía de una trayectoria larga e informal de actividades, la última distribuidor en Asturias de Seix-Barral, la editorial de más prestigio progre por entonces y de otros libros rojos. Veinte años después perdió el local y aunque lo intentó en otro de la calle Mon llegó a la jubilación sin negocio ni casa y con lo comido por lo servido. Después de unos años en Somines (Grado) ha regresado recientemente a Oviedo. A sus 77 años quiere sacar adelante una obra poética.

En estos años de la Transición, rehabilitadas aquellas carboneras a base de cal, muebles reciclados, mesas de mármol con patas de máquina de coser, luces cubiertas por paños violeta y váteres que competían en olor con el pachuli de los cuerpos, el camello de los bolsos y el humo de los negros ducados, los rubios fortuna, los porros y las barritas de sándalo, una mezcla de pijos y progres rejuvenecieron las calles viejas durante la noche y, poco a poco, muchos ovetenses fueron conociendo un Oviedo inexplorado. En mayor o menor medida pronto circuló de todo: marihuana, heroína, coca, anfetas, optalidones y tripis.

Entre el "Zafra" y el "Bolas". Pese a los tramos con soledad y oscuridad de respingo, no había graves problemas de seguridad. Los más veteranos recuerdan a "Zafra", un gitano mayor que se dedicaba más a los paisanos que venían a putas. Los liaba y después, navaja en mano, les sacaba la cartera y les metía un pinchazo. Los algo más jóvenes sufrieron al "Bolas", un delincuente alunado y yonqui que había ganado temprana fama por dar un navajazo a un chaval en las barracas.

A partir de 1978 los locales brotaban por toda la zona. Elena, una joven de Riosa, abrió El Llar en la calle Máximo y Fromestano; Juan, amigo de Belarmo, puso al lado El Farol. Leoncio, allerano, profesor de Inglés de Enseñanza Secundaria, abrió El Ñeru la Curuxa, donde sirvió copas Nacho Martínez antes de convertirse en un actor famoso.

En aquel ambiente de alegría nocturna, la sede de Funerarias Reunidas en la Corrada del Obispo era el "memento mori". El ingenioso Jorge Ronderos, un día que comentaba con otros hosteleros cómo iba el negocio, sentenció al pasar ante la funeraria: "En este local sí que hacen buenas cajas".

Al asomarse los ochenta, Biba quebró los prejuicios de los últimos reticentes a salir de noche por el Oviedo Viejo. Lo decoró Chus Quirós y fue como si le dejaran hacer un trabajo fin de carrera. En un local bien iluminado, limpio y chic en tres plantas, dos de ellas para barra y mesas, construyó una escalera que era un zapato de tacón rojo Marylin. Los detalles y muebles habían sido diseñados y fabricados sin usar nada de serie. Al entrar, sobre un suelo de grandes baldosas blancas y negras, había una barra, un escenario con una silla Enmanuelle y un cartelón de "El ladrón de Bagdad" de los años 20. En aquel escenario cantó muchas noches Jerónimo Granda y defendió su tiempo y su espacio ante los que pasaban al baño mientras actuaba: "Pera un poco que acabo ahora" o "¿qué pasa?, ¿vas perder el Alsa?".

Chus Quirós (Mieres, 1940- Oviedo, 2006) fue el interiorista más innovador de Asturias, donde dejó un centenar de obras espectaculares en tiendas y bares. Trabajó en cine, en televisión, en montajes escénicos y expositivos por toda España, Colombia y Panamá. Rafael Secades, que le admira mucho, recuerda que Biba fue carísimo. Los socios del rutilante local fueron los hermanos Secades (los floristas de La Camelia que entonces tenían la boîte Aristos en la calle Cervantes), Marcelo Conrado (dueño del restaurante Casa Conrado) y Paco Belarmino (propietario de Belarmino Boutique). El éxito inmediato les ayudó a olvidar pronto el montante de la inversión. Se cumplió lo que habían previsto: que Oviedo no era diferente al resto de las ciudades españolas y europeas donde se recuperaba el encanto de sus zonas viejas y que los que iban a cenar al mejor restaurante de Asturias, Trascorrales, debían tener un sitio donde tomar una copa a la misma altura.

Biba cerró ocho años después, cuando el ambiente en la parte alta de la calle Mon se volvió desagradable e inseguro. En aquel inicio de los noventa, la heroína había hecho estragos en una generación todavía joven y aunque no hubo delitos graves, algunos atracos a peatones y robos en los coches aparcados, produjeron inseguridad.

Entonces el Oviedo Viejo ya se había convertido en el Oviedo Antiguo porque la asociación de sus empresarios lo llamó así, en busca de más prestancia. Estaba a punto de hacerse peatonal en el primer plan de choque de un alcalde del PP no muy conocido al que le gustaban el boxeo y el flamenco. Un tal Gabino de Lorenzo.

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