El tiempo acaba curando casi todas las heridas, y en el Oviedo son tiempos de perdón. Solo que en el fútbol las cicatrices cierran a base de sudor y de que la pelotita entre en un lado y no en el otro. Así de triste, de fácil y así de simple. Los que el año pasado fueron señalados por la grada por, supuestamente, echar tierra sobre el bueno de Egea, son ahora los que, parece, más tiran del carro. Han conseguido cambiar los silbidos y los gruesos insultos (aunque aún queda algún que otro despistado) por sonoros aplausos y vítores. Ellos son los mismos, y, a grandes rasgos, el público del Tartiere, esta temporada algo más numeroso, también. Pero la relación entre ambos bandos, los del prao y los de la tribuna, es ahora bien distinta, más cariñosa. En este juego de amor y odio, el oviedismo está ahora en fase de enamoramiento.

Lograr la rendición en el fútbol es extremadamente fácil, aunque hay quien no lo consigue. Se pasa de ser un villano a un héroe (o viceversa, en cuestión de segundos). Si no que se lo pregunten a aquellos que antes del primero gol de Linares contra el Tenerife, uno de los señalados, ya estaban pitando al equipo. Impacientes. Alguno incluso le pedía a grito pelado a Hierro que recargara efectivos en la banda. Uno llegó a reclamar a Hervías, ahora en tierras mediterráneas. Cómo si no hubiéramos tenido ya bastante de él.

Ahora todo va bien, no como hace unas semanas. El Oviedo es desde su viaje por Cádiz un equipo más aplicado, que trabaja más junto y que es contundente en defensa y letal en ataque. Las pocas que tiene las enchufa como nadie. Los de arriba son oro puro, la envidia del resto de equipos de la categoría. No se puede pedir más. Bueno, se podría pedir que jugaran bien, pero eso es complicado. Ni el Alavés del año pasado, ni el Osasuna se caracterizaban por el juego bonito. Y ambos están allí arriba, en Primera.

Jugar bien debería ser una aspiración, pero no hay más que trabas. Un sistema de juego poco vistoso y encima, otra vez, ese maldito césped que vuelve a levantarse y que hace que las cosas no fluyan. Toda una rémora hasta para los más habilidosos.

Ojalá todo siga así de bien. Y que el equipo empiece a tener tan buena pinta dentro del campo como fuera de él. Reducir la deuda del club, como está haciendo el grupo Carso, tenía que ser una prioridad desde el principio. Y parece que así está siendo. Si las cuentas comienzan a estar limpias, la pelotita, tarde o temprano, acabará entrando, y quién sabe cuál será el techo.

El oviedismo ha pasado de estar al borde del abismo, ya con un pie sobre el vacío, a tener un futuro envidiable y que muchos equipos de Primera División querrían para sí. Tirando de chequera y de ampliaciones de capital los mexicanos han ido pagando la montonera de facturas, de deudas acumuladas y han alejado aquellos oscuros nubarrones. Joaquín del Olmo, asesor deportivo del Real Oviedo, aquel que dijo lo de que "aún saben de lo que es capaz mi jefe (Arturo Elias)", también busca su propio perdón. Reconoce los errores de la temporada pasada, elogia a los mitos del oviedismo (Michu y Esteban), augura un futuro sin acreedores enfurecidos llamando a las oficinas del Tartiere, y promete una nueva ciudad deportiva. Todo pinta bien, ahora hay que darle color al cuadro. El perdón lo tienen. De momento.